THtasta hace poco, la violencia que se vivía en casa se quedaba en casa. Las pioneras denuncias de mujeres que se enfrentaron al miedo han permitido reducir su alcance. Junto con la Administración, uno de los instrumentos de sensibilización han sido los medios de comunicación, pese a que a menudo se ha cuestionado si convenía hacer tan visibles los casos, con el argumento de que, cuantos más casos se explican, más casos se dan. Los psicólogos dicen lo mismo de los pirómanos y del efecto de ver llamas. Nunca habrá acuerdo sobre si explicar los efectos de una acción violenta genera más acciones violentas. Aunque es probable que si los medios no se hubieran hecho eco de ello de forma preferente, la violencia de puertas adentro , no se habría situado en lugar preferente de la agenda pública y política y, por tanto, no se habrían invertido los recursos para frenarla mejor ni existiría una ley específica.

Pero es evidente que con esto no basta. La violencia en casa a menudo no puede ser denunciada porque la sufren los niños, amenazados por padres y madres agresores. Cuando la violencia viene de uno de los progenitores, consentida por el otro, o de ambos, los niños se encuentran solos, indefensos: no tienen capacidad ni coraje para pedir ayuda. Por eso, las antenas de la sociedad no pueden fallar, como ha pasado recientemente. No es fácil. De entrada, quienes sospechan de malos tratos a niños cercanos, que no son de la familia, se pueden sentir inseguros para denunciar. Es difícil aconsejar, pero más vale equivocarse que arrepentirse después.

A riesgo de crear un exceso de celo, es oportuno situar la violencia contra los niños en primera línea de prioridades, porque cada vez que hay una desconexión en las medidas del sistema sanitario, social, policial o judicial, la herida, física o psíquica, es irreversible. No tendría que pasarnos de nuevo.

*Periodista