Si echáramos un vistazo al artículo que escribí aquí hace casi exactamente un año (‘La violencia antes de la violencia’, 28/03/2016) podríamos estremecernos al comprobar que el clima social que describía se está configurando ya, lenta pero decididamente, llevando a nuestra sociedad hacia una lógica muy peligrosa.

Este año empezó con un caso que hizo saltar alarmas: una joven murciana de 19 años fue brutalmente agredida por un grupo de quince personas en la puerta de un bar; según lo publicado de la investigación, los agresores eran simpatizantes antifascistas y la joven agredida era una líder neonazi con su propio historial violento que atemorizaba a jóvenes de Murcia desde hacía tiempo.

Las 22 víctimas de violencia de género en lo que va de año nos abocan, si se mantiene la progresión a lo largo de 2017, a un total que podría estar en torno a 90 mujeres. No sería una cifra cualquiera: la más alta de la última década y casi el doble que algunos de los últimos años.

Este 19 de marzo causó estupefacción un video en el que un grupo de padres se peleaban violentamente mientras sus hijos jugaban un partido de fútbol en Mallorca; las imágenes se hicieron virales por el gran número de padres que intervinieron, por el hecho de que el incidente fuera justamente el Día del Padre y porque mostraban el triste intento de los niños por separar a sus padres. Pero eso mismo había ocurrido ya el 15 de enero en Telde y el 12 de marzo en Valencia, y volvió a pasar el 26 de marzo en Andorra.

Otros datos son algo más que preocupantes: un incremento del 40% de la violencia contra menores en 2015 respecto a 2014 (datos de Fundación ANAR) o un aumento del 223% de las agresiones de hijos a sus padres entre 2007 y 2014 (estudio de The Family Watch). Son solo dos ejemplos que deberían erizarnos la piel.

Habrá que estar atentos al Índice de Paz Global de 2017, elaborado por el Instituto de Economía y Paz. El informe de 2016, además de constatar un incremento de la violencia a nivel global, dejaba a España en un inquietante 25º lugar de los países más pacíficos, cuando en casi todos los parámetros de bienestar nuestro país suele aparecer entre los diez o doce primeros.

La política no ofrece buenos ejemplos. El pasado 27 de marzo, una treintena de militantes de las juventudes de la CUP, acompañados de dos de los líderes de la formación (Anna Gabriel y David Fernàndez) entraron tumultuosamente en la sede del PP de Barcelona. Obstaculizados por el doble nivel de seguridad del local y convencidos del desalojo por la policía catalana, se fueron afirmando que defenderán la autodeterminación «por todos los medios».

Lo ocurrido el pasado 1 de octubre en el PSOE dejó también rastros poco ejemplarizantes de los que mandan. En una jornada mal preparada por el autoritarismo de la presidenta del Comité Federal, la sevillana Verónica Pérez («la única autoridad soy yo»), hubo que desmentir por ambas partes una agresión del andaluz Juan Cornejo a Pedro Sánchez y quedó para la historia la frase de Susana Díaz filtrada a los medios, refiriéndose al entonces secretario general: «Le quiero muerto hoy».

Quien no comprenda que la sociedad española se encuentra en una escalada de violencia es que no comprende nada de lo que está ocurriendo. Como ya adelantaba en mi artículo de hace un año, la violencia, más allá de los incidentes concretos, es un clima social basado en un conjunto de condiciones sociales arraigadas.

Es evidente que la crisis económica brutal que dura ya una década está teniendo sus efectos, y los síntomas de la degradación social son cada vez más obvios, sin que los poderes establecidos hagan otra cosa que intentar reprimir la libre expresión de la indignación ciudadana, lo cual solo puede generar más indignación y más agresividad.

La crisis está teniendo consecuencias que provocan violencia: el incremento de problemas familiares, la necesidad de competir por bienes más escasos o la polarización ideológica, por citar algunas. Y los políticos en ejercicio no solo no dan muestras de encontrar soluciones sino que consolidan la idea de que son parte del problema. Son responsables de esta escalada violenta y serán responsables de que continúe.