Si ustedes no lo conocen, deberían pedirlo o buscarlo en la red. Es un libro que habla de un tema que, lamentablemente está de plena actualidad: Infancia y violencia . Estos días se juzga un crimen terrible: los abusos sexuales en cinco niños de entre 1 y 2 años. El supuesto pederasta se aprovechaba de su condición de canguro --es decir, de la confianza de quien le contrataba-- y cometió esa salvajada en Collado-Villalba (Madrid) y en Murcia. En el juicio, el padre de uno de sus víctimas trató de agredirle y, posteriormente, varios reclusos, tanto en el furgón policial como ya en prisión, intentaron también agredirle.

El problema es doble. De una parte, cómo pueden existir personajes como éste, o todos esos que se dedican a colgar en internet imágenes horrendas relacionadas con niños y adolescentes. Incluso esos niños que graban sus palizas a otro y las cuelgan en la red. Es un grave problema al que la sociedad tiene que dar una respuesta desde la ley y desde la justicia, que no siempre son la misma cosa. Pero también los ciudadanos y los medios de comunicación entramos en el juego, mitad inducidos por el suceso, mitad en la búsqueda de audiencias. A este presunto pedófilo, los medios de comunicación le hemos convertido en una figura mediática, con el apelativo de Nanysex , como si fuera un personaje de ficción. Hace un par de días se anunciaba la emisión de un documental sobre Rocío Waninnkhof . ¿Que puede ofrecer de interés? ¿Es sólo morbo y audiencia? Algunos programas de la televisión buscan la carroña de un crimen, de un suceso cualquiera, preguntando a la vecina del sobrino de la prima de no sé quién... ¿Qué aporta eso a la información y al conocimiento?

Javier Fernández Arribas , que es un excelente periodista y que ha coordinado el libro al que hacía referencia más arriba, señala que "a través del exceso en la difusión de algunos actos violentos, ayudamos a los objetivos de los terroristas o de los violentos". No damos datos, llenamos horas con nada y hacemos protagonista a quien debería ser silenciado. Los periodistas deberíamos practicar en estos casos la información responsable , pero la mayoría de las veces, dando publicidad y haciendo famosos a los agresores, caemos en la más absoluta de las irresponsabilidades. ¿Creen ustedes, como señala Fernández Arribas, que nuestro comportamiento sería el mismo si en lugar de ser niños desconocidos, los agredidos fueran los hijos del que escribe, difunde o ve esos programas? Los que escribimos y los que leemos o vemos estas informaciones deberíamos ponernos, como dice el libro, en la piel de las familias afectadas. "Veracidad, respeto a la privacidad, discreción, imparcialidad, rigor, transparencia y responsabilidad". Eso es lo que debería tener cualquier información sobre niños, pero, lamentablemente, no siempre es así. Hay que hablar del problema, pero no dar cancha a los violentos. Ni cancha, ni calles, ni televisión. Ni agua.