Dramaturgo

Me van a perdonar, pero con la edad me es indiferente ser moderno o no serlo. Sé que todo es más simple para los viejos, que el momento de las complicaciones, de los arabescos sentimentales y de las euforias existenciales, coincide con el hervir de las hormonas y con el primer golpe del viento contra las cabelleras adolescentes. Es ahí, cuando subidos en la roca Tarpeya de la vida, blandiendo la espada que es sexo y el sexo que es espada, y con los ojos vendados por causas nobles (que acaban siempre cuando uno aprueba unas oposiciones o firma un contrato de trabajo) cuando descubrimos que el esternón es la quilla de los héroes y de los locos. Yo ya no tengo apenas esternón y empiezo a echar chepa, por eso me es indiferente ser moderno y si me tienen que vendar los ojos con algo, lo mismo me da una ilusión que una venda para evitar ver al pelotón de fusilamiento. Sinceramente, me importa un bledo ser moderno y dos bledos me importa ser héroe.

Algunos se preguntarán por qué esta perorata de viejo cínico. Pues se lo explico con palabras de Trillo (fíjense qué oportuno) cuando grita eso de: "¡Viva Honduras!". Y lo peor, le contestan "¡Viva Honduras!" unos que son de Nicaragua o El Salvador. ¡Qué más da! Qué importa si todos sabemos (los viejos cínicos) que bajo esa respuesta aguerrida subyace un "¡Viva la paga mensual, el salir del tercer mundo, el escapar de la miseria y el abandono de América Latina!".

Que viva Honduras (capital Tegucigalpa) y viva Soria o Liberia, que vivan las "caenas" si en el grito viene el talón adjunto. Lo peor de este mundo en el que envejezco es el entusiasmo artificial de sus ministros. No lo soporto, lo siento.