Periodista

Mi mujer, cuando se irrita por alguna cuestión social, urbana, comercial o de otra índole no privada, siempre me mira con el ceño fruncido, se demora unos segundos en su contemplación despreciativa y a renglón seguido me anuncia: "Voy a escribir una carta a tu periódico". Lo dice alargando mucho la u. O sea, tuuuuu periódico y yo la escucho mosqueado porque entreveo en su amenaza y en su tuuuu varias críticas veladas. La primera, que miiii periódico no se preocupa de los problemas reales. Es decir, del bus con el aire acondicionado apagado aunque la primavera se haya puesto estupenda y asfixiante, de los coches en doble fila en la avenida de Alemania, de los tenderos bordes, de los botelloneros vomitadores, etcétera. La segunda crítica entrevista es que servidor sólo escribe en suuuu periódico de tonterías porque es un auténtico flojillo que sólo se preocupa de cuestiones etéreas y delicuescentes en lugar de velar por los intereses de la familia. Y la tercera, que Cáceres no tiene tanta calidad de vida como Saponi y los de toda la vida creemos.

Servidor pone cara de póker cuando toca chaparrón familiar y, para salir del paso, disculpa los errores o balbucea excusas deontológicas del tipo no se debe utilizar el periódico en provecho propio.

La otra tarde fuimos a hacer la compra gorda del mes a un centro comercial y sucedió algo curioso: mientras que para llevarnos a casa leche asturiana, gallega o granadina todo eran facilidades en la caja, cuando intentamos pasar botellas de leche casareña todo fueron dificultades: o bien no se leía bien el código de barras o bien había que sacar todas las botellas de la caja con el consiguiente desbarajuste. Mi mujer, que es muy patriótica y siempre busca espárragos Jarcha, arroz Guadiala y leche La Casareña, se irritó, me observó con lentitud dramática y volvió a amenazar: "Voy a escribir una carta a tuuuu periódico". Yo intenté escapar al chaparrón, miré para otro lado y me encontré la cara congestionada de Saponi en una cabina. Abrumado por tanta severidad, preferí enfrentarme directamente a la imagen de mi señora blandiendo una botella de La Casareña y prometí hacerle caso y escribir que es una vergüenza que primero obligaran a retirar la rica leche fresca que repartía la empresa láctea extremeña y ahora pongan pegas nimias para llevarte leche del país a casa.

En otras ciudades y países, la leche fresca envasada es muy común por su valor nutritivo y porque es la única posibilidad que les queda a las empresas locales de competir con las multinacionales: si el público se acostumbra a la leche fresca local, las lácteas foráneas no pueden competir porque su leche se estropearía antes de llegar a destino.

La leche fresca La Casareña sucumbió ante el poder pasteurizado francés y dejó de distribuirse y ahora le toca el turno al resto de la leche extremeña, ya sea pasteurizada, homogeneizada o esterilizada. A base de poner pegas tontas parecen invitarte a desistir de comprar leche de aquí, pero no lo conseguirán. ¡No pasarán! ¡Vivan las mujeres patrióticas, las patateras de Población y la leche del Casar!