TEtlegí una vida y un lugar donde vivirla, elegí una pasión y un compañero, elegí amigos, aficiones, libros y viajes, elegí sueños y caminos para llegar a ellos. Elegí verde, día, palabra, cambio, norte, oscuro, principio, no, peligro, distinto, adrenalina. Elegí el momento y la forma, la hora y el proceso. Elegí ser yo y renuncié, de forma irrevocable, a ser otra. A veces lo tuve claro, otras dudé y, en alguna ocasión, hasta lo eché a suertes. Dilemas como crisálidas que, una vez resueltos, se transforman en decisiones. Y con ellas, con las buenas y con las malas, fabricamos alas o lastres a nuestra vida y a nuestras circunstancias.

Y no importa si acertamos de lleno o nos equivocamos del todo porque ya no se puede dar marcha atrás. Las vidas de sustitución no existen, no hay ningún botón con el que rebobinar y volver al punto de partida. ¿Y si hubiera preferido rojo o amarillo, noche, imagen, fijo, sur, luz, final, sí, seguro, igual, calma? ¿Quién sería yo ahora? ¿Qué estaría haciendo? ¿En qué instante, en qué cuneta habría abandonado mi presente? Qué fácil --y qué humano-- es tentar a la imaginación en algún momento de arrepentimiento o de curiosidad y fantasear con lo no vivido, con todo aquello que dejamos pasar justo en el momento en que preferimos quedarnos con una alternativa y arrollar sin remedio a todas las demás, como si fuéramos kamikazes de nuestro propio destino. Inconformistas como somos, podemos idealizar lo que nunca sucedió. Pero también podemos ignorarlo o incluso despreciarlo. De nuevo, las opciones. Otra vez hay que elegir. ¿Tú ya lo has hecho?