Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén. Ahora y en la hora de nuestra muerte… Una y otra vez, una y otra vez, un mantra solo interrumpido por las arcadas, el cuerpo doblado, la bilis chorreando por la comisura de la boca. La mandíbula parece querer desencajarse, y las rodillas. Vencidas, en el suelo del baño. La mano en la frente resbala por el sudor frío. ¡Cuesta tanto cambiar el camisón, empapado, pegado a las piernas, alzarlo sobre la cabeza salpicada de vómito! Desnuda se repliega como un feto, sobre su pecho hambriento de un hálito de aire. Por unos instantes, aturdida, parece dormir. Pero cientos de púas deciden clavarse en las plantas de los pies, y en la garganta, despertándola, boqueando. Buscando oxígeno como los peces que colean en el lodo.

Gatea hasta la ducha y de un manotazo abre el grifo, recibiendo el agua, tan fuerte, que borra el quejido y la cicatriz. Llega a la cama, aún mojada, tirita y tantea la colcha para cubrirse. El lado de él intacto. Hace un mes que se marchó. Y pese a ello, guarda su pijama bajo la almohada. Hunde la cara en la tela, cierra los ojos y lo respira. Descarga el llanto, a golpes, convulsionándola por sentirse huérfana. De su propia vida. De lo que fue y no será.

Recapitula obsesivamente en un bucle que al final consigue adormecerla: La rutina que creía inmutable. La mañana, rota, hincada en su memoria, en que le diagnosticaron el cáncer. El perfil de él a su lado. Que ella creyó un dique. El miedo. Húmedo. Las sesiones de quimioterapia y su ausencia. Estar sin estar, besar sin besar y, entremedias, descubrir que ha ido haciendo la maleta y su cuerpo mutilado en el espejo. Perdido sin el consuelo, ya, de sus manos. La puerta cerrándose. El silencio, sordo de oírse solo a ella.

El día del divorcio se encajó la peluca, se dibujó, hermosa, con carmín y máscara de pestañas y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió mientras subía el volumen, canturreando a Nina Simone en el coche: «Debería poder vivir como ansío vivir. Me gustaría poder decir todas las cosas que pude hacer. Y pensar que, aunque estoy un poco atrasada, puedo empezar de nuevo. Como un ave en el cielo… poder vivir, poder volar». Y así llego a la puerta del Juzgado. Con una nueva oración en los labios.