TNto dejo de pensar en lo que tiene que ser que un día cualquiera -reciente levantado, todavía en pijama, con la taza de café en una mano y el móvil abriendo las redes sociales en la otra- te encuentres con decenas de comentarios sobre lo bueno que eras, la pérdida irreparable para tus amigos y tu familia, o lo injusta que es la vida por impedir que la gente joven como tú parta hacia su último viaje. Dado el caso tienes la posibilidad de, si no te da antes un ataque al corazón, desmentir la situación; e incluso alegrarte el día ante tanta muestra de cariño.

Hoy en día parece que ningún famoso es lo realmente importante si en las redes sociales no se ha difundido varias veces su muerte, para muestra César Millán , el encantador de perros. Pero si la primera vez queda para el recuerdo, y la segunda provoca una sonrisa forzada, con la quinta se refleja la facilidad con que difundimos cualquier cosa en las redes sociales sin pararnos a pensar durante medio segundo si lo que compartimos en verdad, medianamente verosímil y actual. Porque si hay quienes matan varias veces a un vivo, también existen los que no se cansan de matar a quienes ya reposan plácidamente.

No hay duda en que los avances tecnológicos en general, y las redes sociales e internet en particular, han provocado un cambio social comparable a los que trajeron consigo la Revolución Francesa y la Industrial. Las distancias se han visto acortadas hasta la mínima expresión; el tiempo de las comunicaciones ha sido reducido hasta el directo más absoluto entre lo que dice un emisor y lo que escucha un receptor; y la globalización de la información hace que cada acontecimiento, por remoto que sea, se ponga en el foco mundial en cuestión de segundos. Pero también han puesto sobre la mesa la idoneidad de una regulación más clara y exhaustiva; y sobre todo, la necesidad de que los ciudadanos nos concienciemos de que cada acto, cada clic, o cada toque con nuestro dedo en una pantalla tiene unas consecuencias en las personas con quienes interactuamos, por muchos kilómetros que nos separen.