Historiador

La madre tomó al niño de la mano y le aproximó al balcón. Mira, le dijo, hoy, todos los hombres llevan bastón. Es que hay elecciones".

Así comienza Eduardo Haro Tecglen sus memorias en El niño republicano , un libro delicioso en que se presenta una época llena de promesas que terminó desgraciadamente en tragedia. Hoy, superados aquellos sobresaltos, instalados en una democracia sólida y ejemplar, volvemos a salir camino de los colegios electorales porque hay elecciones, y no hace falta bastón por lo que pueda ocurrir, ni son sólo los hombres los que van con su voto y su esperanza a las urnas, sino que libremente lo podemos hacer toda la ciudadanía, aunque lamentablemente en algunas zonas, sobre todo en el País Vasco, el miedo esté presente.

Pero, no obstante esta gozosa libertad, algunos aún dicen: ¿Votar, para qué? Yo, desde luego, no pienso hacerlo . Es decir, se automutilan en sus derechos y libertades, porque dicen estar desencantados, porque piensan que nada se resuelve con la papeleta elegida, porque opinan que todos son iguales , malamente iguales.

¡Qué lástima este desprecio a su propia soberana voluntad! Por supuesto que muchas cosas desencantan. Sin duda que buen número de personas pueden no estar de acuerdo con una u otra política. Pero ahí está su arma, su incruenta y eficaz herramienta de arreglar entuertos. Y una y otra vez pueden usarla, han, hemos de usarla, colaborando con nuestro apoyo a programas y talantes que más se aproximen a nuestros proyectos.

Hay elecciones. Y es nuestro derecho y nuestro deber votar. Decidirse por una u otra alternativa. O manifestar nuestra disconformidad depositando la papeleta en blanco.

Pero nunca desentendiéndonos de lo que es una de las mayores conquistas del siglo que pasó recientemente, y que costó tan esfuerzo, tanto sacrificio y tanta sangre: la democracia que a todos nos iguala y nos da los mismos derechos ciudadanos. El derecho a decidir soberanamente quién debe gobernar.