TNto sé si por ser el representante más destacado de la llamada poesía pura o por ser un intelectual que no quería pasar a la historia como filósofo, el talento del escritor francés Paul Valéry nos dejó tres pensamientos complementarios que siguen sirviendo, casi un siglo después, para diagnosticar las contradicciones de la situación política y social: 1) En toda discusión, no es una tesis lo que defendemos, sino a nosotros mismos; 2) Lo peor de la filosofía es que es una cosa personal y no lo quiere ser; y 3) Todo hombre lleva en sí un dictador y un anarquista.

Por razones profundas que no podrían ser explicadas en estas pocas líneas, la nueva sociedad está llevando hasta el terreno de lo patológico el individualismo, el solipsismo y, por tanto, el egoísmo. Se trata de un éxito sin paliativos de la ideología dominante que, queriendo supuestamente entronizar el liberalismo, lo que está haciendo es esclavizar al hombre entre sus propias cadenas.

Trasladando a la política la segunda idea de Valéry, podemos decir sin temor a equivocarnos que "lo peor de la política es que es una cosa personal que no lo debe ser". Enlazando este pensamiento con el primero, yo diría que "en toda votación, no es una idea lo que votamos, sino a nosotros mismos". La tercera de las ideas del francés, plenamente política, sirve para reforzar las dos anteriores: somos anarquistas si se trata de cumplir normas que no hemos puesto nosotros, y dictadores cuando son los otros quienes pretenden evadir nuestras normas.

Este conjunto de tendencias humanas ha sido extraordinariamente potenciado por la universalización de Internet, una herramienta maravillosa --mágica, vista desde la antigüedad-- si se emplea bien, pero que tiene un riesgo psicológico y social evidente: hacernos creer que todos somos escritores, fotógrafos, políticos o filósofos de primer nivel. Su poder igualador es falaz y tiende a promediar el nivel cultural por abajo.

El refuerzo del ego intrínseco al ser humano, tan bien alimentado por el capitalismo y elevado a potencia patológica por Internet, está exacerbando el individualismo hasta tal punto que ya no nos conformamos solo con reivindicarnos como diferentes, sino que tendemos a potenciar un solo aspecto de nuestra personalidad que, además de distinguirnos, nos hace mejores que a los demás.

XNUESTROx género, nuestra tendencia sexual, nuestra situación socioeconómica, nuestro tipo de alimentación y hasta nuestra relación con los animales, se suman así a los enfrentamientos clásicos por razón de religión, patria o ideología, convirtiendo el suelo social en una paraje repleto de minas, donde resulta prácticamente imposible decir nada ni hacer nada sin que las balas silben a tu alrededor.

El fenómeno "hater" (usuarios de Internet que manifiestan odio por otros usuarios de forma especialmente agresiva) es solo el principal síntoma, y no es casual que haya surgido en ese paraíso del ego que es la Red. Resulta alarmante encontrar manifestaciones de animalistas que se alegran de la muerte de un torero o mujeres con el lema "ante la duda, yo la viuda" como bandera feminista, por poner solo dos ejemplos.

Cada rasgo de identidad (ser mujer o bisexual o vegano, da igual) se convierte en algo que a algunos les define de forma homogénea y excluyente, es decir, que a partir de ese rasgo de personalidad se definen no solo como forma de reforzar su ego, sino, sobre todo, para oponerse al otro, para enfrentarse.

La sociedad que estamos construyendo con base en estos principios es un conjunto de individualidades que solo conviven por mero utilitarismo, una convivencia bajo la que late una enorme violencia soterrada y una nula conciencia del bien común. Es fácil pensar que, en estas condiciones, cuando se acude a las urnas, un porcentaje alto de la sociedad se vota a sí misma. Siguiendo el razonamiento de Valéry, no está votando un conjunto de ideas o una forma de mejorar su país, sino unas siglas que representan sus intereses personales o refuerzan su ego.

La tendencia hacia el totalitarismo que se percibe en nuestra sociedad contemporánea tiene también que ver con esto. La férrea voluntad del hombre posterior a la II Guerra Mundial por contener su deseo de imponerse al otro se está disolviendo. Es un proceso progresivo, como todo proceso, pero si no reaccionamos a tiempo, habrá un punto de no retorno.

Es impostergable que hagamos un esfuerzo colectivo, encabezado por los líderes políticos, de empatía y de conciliación, incluso con aquellos con quienes creemos que no tenemos nada en común. El camino contrario, que es el que transitamos ahora, solo conduce a la barbarie.