El primer referendo regional en la historia de la Francia centralista se ha saldado con la victoria del no. ¿Cómo es posible que se pierda una consulta en la que el Gobierno, los dos principales partidos franceses y hasta los nacionalistas corsos pedían el sí? La explicación es compleja y no sirve el tópico de que la Francia jacobina se ha impuesto de nuevo a los intentos de descentralización. En Córcega, lo único que se votaba era la conversión de los dos actuales departamentos (provincias) en una única entidad administrativa.

El 50,98% de los no representa, en realidad, a una coalición de descontentos, más con las medidas del Gobierno en el terreno social --endurecimiento de la jubilación, etcétera-- que con la autonomía, aunque es cierto que la descentralización desgarraba a todos los partidos. Hay que tener en cuenta que 28.000 de los 191.000 electores --un tercio de la población activa-- son funcionarios deseosos de dar un capón al Gobierno. Por eso, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, y el primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, son los grandes perdedores de una consulta que es el primer aviso serio contra la política de la derecha, en el poder desde hace un año. Contra toda su política, y no sólo la de Córcega.