Todo voto es cautivo por naturaleza, pues nace del autoconvencimiento del votante, quien decide dejarse hechizar por el político de turno que despliega ante él compostura y demagogia a partes iguales. Pero al parecer, algunos votos son más cautivos que otros, según donde se viva. Y por lo visto, en nuestro rincón del suroeste se vota sin raciocinio, o con una venda en los ojos. En todo caso, diría yo, al principio íbamos a los colegios electorales con una venda en el corazón, pues de sus heridas manaban recién horneadas desigualdades e injusticias a raudales. Y la inercia de Gredos para abajo es poderosa, pero los tiempos cambian, por mucho que a algunos les disguste, y a los hombres y mujeres del sur nos han salido alas. Y vamos por libre, no las agitamos para abanicar a los que ocupan los escaños y terminan comportándose como si apostasen en un reñidero de gallos.

Son muchos siglos de fastidio ancestral como para aguantar que alguien sostenga que nuestra gente sigue votando con miedo o que sólo elige a quienes la mantienen artificialmente con vida a base de PER y demás subvenciones. Es como decir que un ciudadano, por ser de pueblo y andaluz o extremeño no sabe lo que se hace ni a quién elige cuando mete su papeleta en la urna, o incluso algo peor, que está vendido. Por un autobús gratis y un bocadillo. Muy posiblemente los que defienden esta tesis no hayan pasado por donde han tenido que pasar los votantes, sus padres o sus abuelos. Esos votos cautivos hablan de una tierra agraviada por la historia, de jornales de sol a sol, de quienes murieron por defender una tierra más libre y justa para todos y no sólo para mantener los privilegios de su clase. Así que, cautivos y desarmados, la próxima vez votaremos como siempre: lo que nos venga en gana. Y ganas, lo que se dicen ganas, muy pocas. Mejor quedarse en casa viendo dibujos animados. Nunca mienten, y tienen infinitamente mucha más gracia que la mayoría de nuestros políticos.