TCtada vez que abro el buzón me sube un desasosiego tan grande como el montón de correspondencia que me llega en estas fechas: una carta de Médicos Sin Fronteras solicitándome ayuda para su generosa obra; otra de la asociación Tierra de Hombres para informarme sobre la labor que hace con los niños enfermos de los países subdesarrollados; la que me habla de la hambruna de los indígenas del Mato Grosso brasileño; aquélla sobre la muerte lenta que padecen los niños en Zimbawe y una, más cercana, solicitándome directamente ayuda para el comedor infantil de huérfanos de guerra que dirige en Filipinas un compañero de colegio y amigo de por vida. A estas solicitudes he de añadir las ya asentadas por la tradición y la costumbre: la ayuda navideña al asilo de los ancianos; a Cáritas, Cruz Roja, el Rastrillo, y otras instituciones que se esfuerzan que este mundo sea cada día menos selva.

Pero, ¿qué puede hacer ante tanta demanda un ciudadano de a pie que va justito?

Yo creo que ante todo, mantener el derecho a la autonomía emocional, por muy imponderable biológico que se considere la empatía ante las situaciones de necesidad y calmar, con la respuesta a su alcance, el desasosiego que le produce estos días el buzón.

*Licenciado en Filología