TUtno se iba y el otro llegaba. Raudos como lo que son, aves de rapiña, casi entrechocaron sus alas funestas en el azul: mientras el dictador tunecino Ben Alí huyó el viernes rumbo a Arabia Saudí, al parecer con una tonelada y media de oro en la panza del avión, Jean-Claude Duvalier escogió el domingo para regresar a Haití tras 25 años de exilio. Lo de exilio es un decir. Resulta ofensivo calificar así una vida regalada en la Costa Azul con escapadas a París para derrochar en las boutiques de la rue Faubourg Saint-Honoré el dinero expoliado al hambre. El exilio es otra cosa. "El exilio es tener un franco en el bolsillo/ y que el teléfono se trague la moneda/ y no la suelte/ --ni moneda ni llamada--/ en el exacto momento en que nos damos cuenta/ de que la cabina no funciona", dice el poema Cabina telefónica 1975 , de Cristina Peri Rossi .

Unos llegan y otros se van dejando tras de sí un rastro azufroso de impunidad. Cuesta creer que la vuelta de Baby Doc a Puerto Príncipe haya sido casual, un paseo para visitar a los allegados en la isla devastada, sin que Washington y París estuvieran en el ajo. También renquea la historia del material antidisturbios con destino a Túnez bloqueado en Francia. Quizá pronto nos enteraremos por un macutazo de Wikileaks quién ordenó qué, pero dará lo mismo en el limbo de medias verdades que habitamos.

La tiranía alienta el contragolpe de la rebelión. Por lo menos, en América Latina siempre ha sucedido así, en una especie de círculo perpetuo: la dictadura encierra en su seno la semilla de la revolución, que, con el anhelo de liberar al pueblo del yugo, vuelve a caer en la pesadilla endémica de la autocracia. La cuestión ha propiciado incluso un subgénero literario, la novela del dictador.

El escepticismo empaña las investigaciones que se han abierto sobre las fortunas saqueadas por ambos sátrapas porque con las gentes de esta calaña suele suceder lo mismo: o mueren de viejos entre las mantas del olvido o bien linchados, como Ceausescu , y tampoco es eso. No parece que haya término medio, quizá porque dictador y justicia son términos antitéticos.