TLtas compañías aéreas de bajo coste, de todo a cien como si dijéramos, aumentan, sin duda, el riesgo a la hora de volar, esto es, a la hora de desplazarnos por el aire a bordo de una aeronave imbuidos de una fe sin fisuras en las leyes físicas y en esa otra ley pretendidamente estadística según la cual el avión es el medio de transporte más seguro.

Los vuelos-basura tienden, ciertamente, a conculcar esas leyes que establecen el dogma de la sostenibilidad en el aire, sin nada que lo sostenga, de los aeroplanos, pero tampoco conviene olvidar que como mínimo una de esas dos leyes es mentira: si hubiera surcando el cielo tantos aviones como automóviles circulando por las carreteras del mundo, ya veríamos el legítimo y comprensible pánico que casi todos los seres humanos tienen, aunque muchos lo disimulen, a volar.

Casi cuatrocientas personas han perdido la vida en accidentes de aviación durante el mes de agosto, pero es muy probable que esa luctuosa circunstancia no se derive tanto de la proliferación de las compañías de bajo coste como de la proliferación de los aviones, los vuelos y los viajes, tan espectacular en los últimos años de masificación absoluta del acarreo aéreo. El tópico de la mayor seguridad del avión respecto al automóvil o al tren, ese bendito tópico que nos infundía seguridad, comienza a deshacerse por designio de la realidad, que también tiene sus leyes físicas. La circulación de aviones se ha espesado y las autopistas del cielo rutilan como el rastro de la procesionaria entre los pinos. Y si el vuelo es de todo a cien, peor, bastante peor.

*Periodista