Mientras las ciudades y pueblos comienzan a iluminar sus calles, adornándolas de guirnaldas y figuras, las grandes superficies hacen lo propio y comienzan a tentar nuestro bolsillo con sugerentes ofertas. En televisión los horarios aptos para los más pequeños son invadidos por las inserciones publicitarias de las últimas novedades en juguetes, al objeto de que nosotros, los padres, vayamos pensando en satisfacer los deseos de nuestros progenitores, que mediante una solicitud ya clásica --a veces rubricadas por pequeños que no saben escribir-- y por escrito, para que quede constancia, nos demandan algún artilugio que sirva para incrementar el almacén de juguetes que se acumulan en los trasteros, y que sólo, en el primer o segundo año de su vida, vienen a suponer un número mayor de los que nosotros, cómplices de tan boyante colección, tuvimos en toda la infancia.

Esta cita tradicional constituye, sin duda alguna, una acción más de este consumismo salvaje en el que nos vemos inmersos, especialmente cuando llega el final de año. Todos nos quejamos de los precios, de que se gasta más que se tiene y hacemos propósitos para no volver a sucumbir ante alguna de las muchas tentaciones que siempre se nos ofrecen. Sin embargo, y como se suele decir vuelta la burra al trigo : las tiendas se llenan de clientes, las grandes superficies se abarrotan de gente y cuando llega esta época nos olvidamos de hipotecas, créditos, letras y otras deudas, ignoramos en ocasiones que estamos limitados por nuestro sueldo y tiramos de largo, a veces por encima de nuestras posibilidades.

Todo esto lo que demuestra es que los datos que se nos ofrecen relativos al gasto familiar, las estadísticas de consumo y otros relacionados, esconden algún misterioso tamiz que se nos escapa y que no se corresponde con lo que sucede en la calle. Parece evidente que en ocasiones, el capitalismo se apodera de nuestras vidas, generando una adicción muy particular, de cuyas garras resulta sumamente complejo liberarse.

*Técnico en Desarrollo Rural