Estamos asistiendo a un verano pródigo en noticias nefastas, hasta el punto que da miedo asomarse a la ventana de la actualidad sin verse afectado por alguna imprevisible catástrofe. Ahora nos sorprende esta otra tormenta de verano llamada la guerra de las banderas, una nueva vuelta de tuerca, en su versión más sutil, de este incesante proceso desvertebrador.

La bandera nacional es un símbolo que representa al conjunto de la sociedad española, a la soberanía de sus diferentes territorios y sus modos de vida, es la catalizadora de las diversas corrientes y formas de pensamiento, la bandera por tanto no puede estar al servicio de unos pocos, ni identificarse con una ideología concreta, ni ser levantada para imponerse sobre las aspiraciones de los demás, se trata simplemente de un instrumento de consenso capaz de garantizar la coexistencia pacífica.

Pero algunos nacionalistas están en desacuerdo con esto, y mantienen una actitud de obstinada marginación hacia la enseña nacional, excluyéndola de manera sistemática de la mayoría de edificios públicos, vulnerando así un precepto constitucional que obliga a exponerla conjunta y permanentemente con cada una de las banderas autonómicas.

La permisiva actitud mantenida por parte del los diferentes gobiernos centrales a lo largo de estos años, justificada en la necesidad de conformar mayorías estables merced al voto nacionalista, o movidos por el afán de mantener un clima conciliador, ha favorecido esta beligerante omisión de todos y cada uno de nuestros símbolos. Se ha mirado hacia otro lado en una actitud de sumiso acatamiento, propiciando una espiral de constantes transferencias autonomistas para evitar así poner en riesgo el cántaro de la concordia.

XSE CEDIOx en el tema de las banderas al entender que no entra dentro del campo de lo estrictamente pragmático, al tratarse de una reivindicación de carácter intangible que no afectaba a la solidaridad interregional ni a la desmembración del Estado, pero sucede con los símbolos como con las enfermedades indoloras, que actúan silenciosamente y atacan por sorpresa y de forma letal en el momento más inoportuno. Las banderas son instrumentos que, de una manera subliminal, dan coherencia y cohesión a la unidad nacional, son esa corriente invisible que recorre los corazones, la que hace que los deportistas saquen fuerzas de flaquezas, o que los soldados le entreguen sus propias vidas, la que favorece que nos sintamos miembros de una comunidad de iguales, avalados por una trayectoria histórica y una cultura común.

Los nacionalistas son conocedores de la importancia de los símbolos, por esa razón se abrazan fervorosamente a cuestiones semánticas, lingüísticas, culturales o tradicionales, sobre las que cimentan un proceso identitario, soberanista y excluyente, y como si la mejor defensa de lo propio consistiera en un ataque a lo ajeno, se mantienen en una deriva incomprensiblemente hostil y soterrada respecto a todo aquello que esté relacionado con la palabra España.

Pero la situación del País Vasco se ha revirado a partir del atentado de Barajas, ya que cuando existe una remota posibilidad de entendimiento, la sociedad puede llegar a plegarse ante cierto tipo de reivindicaciones, como paso previo para alcanzar el objetivo final de la normalización, pero una vez fracasado el proceso, la sociedad queda expuesta a merced de la violencia, por lo que las leyes han de aplicarse con todo su rigor y contundencia en aras a salvaguardar los principios democráticos.

El Tribunal Supremo ha sentado jurisprudencia respecto a la obligatoriedad de colocar la bandera nacional en los edificios de las Administraciones Públicas del Estado, se trata por tanto de un precepto que afecta a todo el territorio nacional. El hecho de que esta norma se haya vulnerado sistemáticamente en algunos lugares, no implica que esté invalidada, pues a las leyes no las deroga el incumplimiento, sino la voluntad explícita del legislador.

Plantear que se trata de una batalla antigua, inoportuna y extemporánea, como han manifestado los nacionalistas, insinuando que existen cuestiones prioritarias más urgentes, es volver a enrocarse en el oportunismo, merced a la inconveniencia de reabrir viejas heridas, consintiendo por contra en dejar a la sociedad española y a su sistema jurídico, relegados a un estado de permanente sometimiento.

La sentencia del Tribunal Supremo respecto a las banderas, ha sido clara y tajante, pero no será eficaz si no va avalada y reforzada por una serie de medidas judiciales y gubernamentales. El Gobierno del País Vasco ha de terminar de una vez por todas con esta irregularidad y cumplir y hacer cumplir las leyes tal como se hace en el resto de las comunidades del Estado. Ahora la pelota está en su tejado, y esta vez no basta con parapetarse tras actitudes de una calculada e inexplicable impunidad.

*Profesor