Durante estos días tiene lugar en Cáceres la XVIII Feria del Libro. Es este un invento que, como tantos otros, debemos a la Segunda República.

Fue el malagueño Rafael Giménez Siles, editor de izquierdas, quien ideó la primera Feria del Libro de Madrid, en 1933, cuyo diseño corrió a cargo del judío polaco Marian Rawicz, que junto a su compatriota Mauricio Amster revolucionó la edición española.

A mí me gusta más la Feria del Libro de Madrid que la de Fráncfort (al aire libre una, otra en una enorme nave con demasiado tufo a negocio) aunque un amigo madrileño dice que a él, los escritores en sus casetas le recuerdan animales en sus jaulas del zoológico.

En Cáceres, las presentaciones tienen lugar bajo una carpa y así, tienen algo de circenses. Por ahí pasan malabaristas de la palabra y payasos del narcisismo, equilibristas del lenguaje y fieras que van a comerse el mundo por haber publicado un libro, mordiendo incluso la mano que les dio de comer un día. Si la función gusta, son aplaudidos, y quizás hasta vendan algún libro. Al momento de firmarlos, el ego de algunos se infla como un globo infantil.

El buen escritor en cambio, suele ser mal sponsor de sí mismo y, por ello, la fama le llega tarde. Es el caso de Javier Pérez Walias (Plasencia, 1960), quien mañana a las 19.45 presenta su último libro, W, cerrando con broche de oro una feria compuesta, como en años anteriores, por escritores locales junto a dos o tres autores de bête-sellers (que diría Julián Ríos) invitados de fuera con todos los lujos.

Si no preterido, al menos no puede decirse que Pérez Walias haya obtenido el reconocimiento que merecía en su región, pues a pesar de participar desde muy joven en las ya míticas revistas Residencia o Gálibo, hubo de publicar sus primeros libros en pequeñas pero exquisitas editoriales de Málaga, ciudad de gran tradición impresora desde el 27.

Las tornas comenzaron a cambiar en 2004, con la Antología poética (1988-2003) que publicara la Editora Regional de Extremadura, que hace tres años continuó en Otrora, una antología que recoge la última etapa de su obra que continúa y culmina este W, publicado por la selecta editorial hispano-mexicana Vaso Roto. El francés Georges Perec tiene un libro titulado W o el recuerdo de la infancia.

Se trata de mera casualidad, pero en el libro del poeta placentino hay también mucho de recuperar el tiempo perdido o, como dice en su memorable poema inicial, «saldar algunas cuentas con los ausentes» en un viaje hacia los nombres de los orígenes.

Sus poemas giran en torno a lugares aquí conocidos como el viejo lavadero de lanas junto al Museo Vostell, en Malpartida, o la Puerta de Coria, en Plasencia, donde se ubicaba la casa de sus abuelos. Pero también en objetos cargados de memoria: desde un Ford negro del 58, donde hiciera sus viajes de niño, al brasero que centra el poema Hogar, donde recuerda a «mi padre cardando la lana y su silencio lleno de silbidos» y revive vívidamente «el cálido chasquido del picón». Detalles como unas cerezas sobre un mantel, un xilófono, un cepo para jilgueros o un apodo infantil, una lagartija o unos caramelos de eucalipto, aparentemente banales y que sin embargo abren la puerta de todo un mundo de evocaciones, en versos de ritmo hipnótico, que podemos sentir muy cercanas.

Quien lea W vivirá el milagro paradójico de la mejor literatura y es que, aunque hable de experiencias y personas muy concretas, y se dirija por su nombre a su madre, sus hermanos o a su abuelo, la poesía de Javier Pérez Walias se encuentra, al final, contando historias que nos atañen a todos.