WLwa Waechtersbach cerró ayer definitivamente después de 30 años de actividad y lo hizo de la forma más triste: con la agresión a su último dueño, Alejandro Rodríguez Carmona , quien tuvo que abandonar la empresa literalmente corriendo y escoltado por las fuerzas de seguridad incluso hasta la salida de Cáceres, después de recibir insultos, amenazas y el impacto de restos de cerámica que lanzaban algunos trabajadores.

La plantilla ha vivido durante más de un mes la agonía del cierre inevitable, y lo ha hecho con la amargura de saber que ninguna de las puertas institucionales a las que llamó se le abrieron --como era de temer, nada se ha sabido de aquella postrera y tímida promesa de la Junta hecha la semana pasada, según la cual trataría de buscar "una solución definitiva" a la empresa--. Incluso su encierro final era una última llamada a la solidaridad, que terminó con la justificada queja hacia los dirigentes del PP, más atentos al rédito político del conflicto de los bomberos --y por ello los visitan, aunque no peligren sus empleos-- que al suyo, aunque en este caso se vayan al paro... Ese resquemor es comprensible, pero no por ello se puede justificar el capítulo final, con agresión incluida. Porque con ello se enturbia la historia de la fábrica.