La previsible incompatibilidad de fondo entre la Administración saliente de Estados Unidos y varios de sus aliados europeos en cuanto atañe a los mecanismos reguladores del mercado, puesta de manifiesto en la cumbre de Washington del pasado sábado, no oscurece los resultados de un evento que, sin lugar a dudas, fue algo más que una simple foto.

A falta de compromisos de mayor envergadura, el de citarse en Londres la próxima primavera es ya todo un éxito, porque obliga a los diferentes gobiernos a tomar medidas concretas y a preparar propuestas globales. Y a ser conscientes de que el relevo en la Casa Blanca, el traspaso de poderes de George Bush a Barack Obama, traerá consigo una mayor disposición a otorgar al Estado una doble función tutelar y de estímulo a la inversión, aunque resulte exagerado esperar de Obama un programa intervencionista de corte europeo.

Para las potencias emergentes, temerosas todas de la tentación proteccionista del primer mundo, la disposición de este a acelerar los trabajos de la Ronda de Doha --la liberalización del comercio-- y también de reforzar el papel fiscalizador del Fondo Monetario Internacional (FMI) justifica de sobra el viaje a la Cumbre de Washington, porque se trata de dos objetivos a salvo del cambio de Gobierno en Estados Unidos.

Por lo demás, los resultados de la cumbre celebrada el pasado sábado en la capital de Estados Unidos, en la que los líderes de todo el mundo acordaron luchar para lograr un avance importante en las conversaciones de comercio mundial antes de final de año, han quedado bastante lejos de la prédica refundadora del capitalismo difundida por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. No solo porque el anfitrión de la cumbre celebrada, el presidente George Bush, se encuentra a solo un paso de la jubilación política y sus ideólogos de cabecera se baten ya en retirada, sino porque la heterogeneidad de los convocados a la cumbre hacía el reto inalcanzable.

Por no hablar de las conocidas discrepancias entre el presidente saliente de Estados Unidos, George Bush, y su sucesor, Barack Obama, acerca de cómo afrontar la actual crisis económica mundial y cómo gestionar el plan de rescate de las entidades financieras, cuya aplicación concreta ha obligado al secretario del Tesoro, Henry Paulson, a una primera rectificación a la luz del escasísimo efecto que sus actuaciones han tenido hasta la fecha sobre la economía real.

Para expresarlo de forma parecida a como lo ha hecho la prensa liberal de Estados Unidos: Barack Obama aprecia el valor de la cumbre de Washington, pero no se siente obligado por nada que vaya más allá de las declaraciones de principios. Es lógico que así sea habida cuenta de que algunas de sus propuestas --plan de rescate para el sector del automóvil, estímulos fiscales, prolongación de las ayudas a parados-- han sido acogidas con reticencias por la Administración saliente y no se aplicarán hasta que él se instale en la Casa Blanca el próximo 20 de enero, una fecha que todo lo condiciona.