WLw a cumbre de los países económicamente más poderosos del mundo, que comienza hoy en Washington, ha sido aireada como una especie de nuevo Breton Woods, aquella reunión de expertos de los países vencedores de la segunda guerra mundial que a partir de 1944 estableció el sistema económico ahora sepultado por la crisis financiera masiva y la amenaza de una depresión globalizada que devoraría los progresos alcanzados en los últimos 20 años.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, que es el gran promotor del cónclave, y además ferviente intervencionista, llegó a prometer antes de la cumbre "una refundación del capitalismo", pero las divergencias con que llegan a la capital norteamericana los países europeos, el huracán de cambio que sopla sobre Washington, la ausencia de Obama --no aparecerá por la reunión con el fin de evitar cualquier compromiso prematuro-- y el moderado interés de China e India rebajan las expectativas.

Por su parte, Estados Unidos no tiene interés por intensificar los controles o crear nuevos organismos de supervisión, ya que se encuentra en una posición inmejorable al dominar los actualmente existentes (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) y, por si no bastara con esos, disponer de la única industria financiera global. Los impulsos casi revolucionarios del presidente francés fueron frenados por las reticencias de los gobiernos de Alemania y Gran Bretaña, entre otros, de manera que el documento europeo común que se va a llevar a la reunión más parece un mero catálogo de buenas intenciones que de propuestas concretas y detalladas. El avance hacia un gobierno mundial o un control político del sistema cuenta con pocos defensores entre los que se van a reunir, e incluso con adversarios que vituperan la tentación de dar más poder a la burocracia de la ONU. Baste saber que EEUU, China, India y Rusia rechazan la propuesta de que transfieran sus competencias a entidades supranacionales. Las perspectivas que se ciernen sobre la cumbre son, por todo lo anterior, sombrías, pero este hecho no debe ocultar otro más importante: la reforma del sistema financiero internacional es absolutamente necesaria. Y lo es para algo tan irrenunciable como es el salvaguardar una economía mundial abierta como la que tenemos, que multiplicó las oportunidades para todos y generó una prosperidad sin precedentes en la Historia. La cooperación entre estados es imprescindible para impulsar la revisión e impedir el repliegue nacionalista que perjudica el comercio y alienta la xenofobia de poblaciones afligidas.

Las consecuencias inevitables de la urgencia reformista no pueden ser otras que el fin de la dominación occidental sobre las instituciones creadas en 1944 y el reparto equitativo del gasto. Como ese objetivo no está a la vista, lo más que podemos esperar de la cumbre es un proyecto de calendario y la creación de grupos de trabajo para elaborar las propuestas. Y hacerlo, además, mientras el mundo entra en recesión.