TLta soberbia de los gobernantes consiste en creer que los problemas sociales se arreglan de inmediato promulgando unas leyes. Están bien las leyes, pero vivimos en un país que legisla con la misma rapidez que las ollas calientes producen palomitas de maíz, y ése mismo entusiasmo legislativo tiene su cruz en el olvido de dotar medios para el cumplimiento de las leyes. Se legisla, además, a golpe de casuística, como si el legislador se acordara, de repente, de los donuts, y, por tanto, se legisla en caliente, que suele ser premisa incorrecta.

Pero el pecado de la soberbia no la tienen en exclusiva los gobernantes, sino que este pecado diabólico, este subidón de la autoestima y del falso honor, esta altivez insoportable, anida en los más anónimos de los ciudadanos, que dejan de serlo tras asesinar a la esposa, novia o compañera. Al fondo, de esta sangre derramada, de esta sangría que no han logrado parar las leyes dictadas por la soberbia, está la soberbia en estado puro, la megalomanía que parece no manifestarse, una petulancia que no soporta que al asesino le deje la esposa o a la novia, una jactancia enfermiza que corroe el cerebro y le lleva hasta la locura del asesinato que concluye segando la vida de una mujer inocente.

"A Mí, no". MI con mayúsculas, el YO de los dioses, la soberbia que les hizo a los ángeles rebelarse contra Dios, porque el soberbio alienta un dios insolente, una vanidad suntuosa que, al ser herida, deviene en cólera y arrebato.

No son buenos tiempos para la lírica, y tampoco para la humildad. Basta abrir el televisor y contemplar el engreimiento de la mayoría de los que abren la boca y peroran con tanta hinchazón como suficiencia, con tanto empaque como inmodestia,de asuntos sobre los que ignoran más de lo que saben, y que nos certifican que con tan ingente cúmulo de soberbios va a ser difícil legislar.