Escritor

En un día como éste, el tema es inevitable. Hay una atmósfera especial el día 2 de noviembre; un cierto sabor a declive, a final... Será porque es ya pleno otoño o porque se agolpan un montón de sensaciones, de recuerdos, en torno a la señalada fecha que evoca a los difuntos. Dejando aparte la entrañable y a la vez triste visita a los cementerios, el morbosillo regusto de los dulces huesos de santos, los crisantemos, las velas..., este día lleva en sí mismo una pregunta fundamental del ser humano: el final de la vida.

Indudablemente, la muerte ha inquietado a los hombres de todas las épocas. Las actitudes y las representaciones ante la muerte (mitos, costumbres, creencias, ritos...) han sido diferentes en las distintas épocas y sociedades. Podemos decir que la vida limitada de los hombres es el origen de sus más íntimos temores y de su búsqueda natural más profunda. De ahí que la muerte haya estado siempre indisolublemente unida a lo filosófico y religioso.

Hoy en día, en cambio, parece que tiende a verse como un mero dato objetivo, biológico o individual. Concepción ésta que está fuertemente vinculada a la cientifización de la vida y por ende a su medicalización. En el aspecto meramente "práctico" ha pasado a ser un fenómeno que se aleja (incluso se aísla). El tanatorio suele ser un lugar apartado de rápido, casi fugaz, tránsito, que cuanto antes se olvida mejor. Los cementerios cada vez se ubican más lejos, mientras que en la antigüedad ocupaban el centro de los núcleos urbanos, rodeando los templos. En fin, qué raras son ya frases como: "En esta cama murió mi madre" o "en esta habitación me despedí de mis abuelos".

Sin embargo, considero que la muerte es y será siempre algo más que una cuestión meramente científica y que por todas sus implicaciones debe ser entendida como un elemento fundamental en la existencia de los hombres. Está ahí, a pesar de este intento actual de enmascaramiento, maquillaje, represión y silencio. La muerte pertenece a la vida.

Pues la pregunta sobre la muerte desencadena toda una serie de interrogantes sobre el sentido de la vida y el significado de la historia; sobre la validez de los principios éticos --justicia, libertad, dignidad, la vida misma...-- sobre la dialéctica presente-futuro; sobre la posibilidad de la esperanza...

Aquel gran pensamiento de Theófile Gautier, "Nacer no es sino comenzar a morir", es una clave fundamental en el tema. Temer a la muerte es cosa natural, pero vencer el miedo a la muerte es saber esperarla, con serenidad, con lucidez.

Me impactaron unas palabras dichas por Orson Welles en el final de su vida, respondiendo a un periodista que le preguntaba si temía a la muerte:

"Nunca he dejado de pensar en la muerte. Si no sabemos que vamos a morir no hay nada en la vida suficientemente valioso. Este es uno de los grandes dones de Dios, para los que creen en El, el que vamos a morir. Sería terrible si no muriéramos."

Pienso que la vida es insatisfactoria, pero no porque sea breve, sino porque nuestras aspiraciones más profundas no llegan a ser resueltas. Aun así, la vida es un regalo que alcanza todo su significado, su extraordinario relieve, gracias a la muerte. La verdadera muerte, ciertamente no es morir físicamente, sino dejar de creer, de amar, perder la esperanza...