De hecho, ya lo es. No pretendo ser capcioso ni ponerme a señalar, pero a la prensa la llegada al poder de Trump le ha supuesto un regalo. Desde el punto de vista personal, difícil dar con un presidente tan mediático, con un entorno perfil de serie camp americana, en plan folletín (desatado). Si entras en el terreno de lo político, las posibilidades se multiplican: desde sus descaradas y abusonas formas (ese apretón de manos «intimidador») a su multiplicada presencia en redes sociales pasando por las aceleradas formas de gobierno y las declaraciones, cuando menos, de escasa coherencia.

Pareciera que Trump ansía pisar y chapotear en cada charco que se le plantea, enaltecido en sus formas de matón de colegio con pretensión (no lograda) de la simpatía del burlón popular. Algunos de esos charcos, mantengo la duda, hasta se los colocan ahí. Una inagotable fuente de noticias, anécdotas y un generador de un aluvión de tweets y memes.

Pero no es esa la oportunidad a la que quiero referirme. Hasta ahora (en Europa principal, pero no exclusivamente) el retrato de sus decisiones políticas se ha sustentado en el relato de la figura que acabamos de trazar. Lo que no deja de pecar de simplista. Es demasiado cómodo pensar que, detrás del clown demagogo y populista, sólo existe un equipo de fanáticos y que las maniobras son propias de una improvisación más o menos inspirada. Confortable, sí. Certero, menos.

Que sea discutible o no, eso no resta para que exista una estrategia trazada (hablamos de ella anteriormente, aquí). La gran amenaza para la consolidación del crecimiento económico en USA (y para la reducción de su deuda) es una caída en el consumo interno. Evitarlo pasa por el dominio de mercados exteriores (exportaciones), menor competencia interna (proteccionismo) y un control en la fluctuación de su propia moneda, manteniéndola en niveles (artificialmente) moderados. Si se fijan, para el cumplimiento de esos objetivos, Estados Unidos se enfrenta a su perfecta némesis que evita, o puede evitar, esos equilibrios macroeconómicos. ¿Quién? China, por supuesto. Y en menor medida, la Unión Europea y, especialmente, una Alemania que controla férreamente el mercado del este de Europa.

¿Dónde está la oportunidad entonces? Para un país como España, actor importante en la agenda económica internacional, pero más como un invitado que como alguien con derecho a voz y voto, las opciones pueden ser varias.

Primero, porque si la senda de implementación de medidas proteccionistas continúa, una de las principales áreas que sufrirá un mayor impacto es Latinoamérica. Por supuesto, las empresas norteamericanas no abandonarán la zona, pero si existen limitaciones legales a la producción, tendrán difícil mantener los actuales niveles de inversión. Y el segundo inversor en esos mercados es (lejos de USA, en todo caso), España. Ahora tendrá la oportunidad de que muchas de nuestras empresas multipliquen sus exportaciones e inyecten capital, para servir de complemento perfecto al consumo interno. Claro, vendría muy bien una posición política en la que se marcara la importancia de la alianza iberoamericana. Pero requiere de una cierta dosis de valentía y una finura estratégica que (será optimista: por ahora) no veo.

Segundo, Trump está decidido a recuperar un modelo de sector financiero desregulado. Es decir, semejante al modelo que albergó en su seno las causas primigenias de la gran crisis. Hace sólo unas semanas, ese metrónomo del ritmo económico (y casi político) de Europa que es Mario Draghi dio la señal de alarma: la desregulación es un camino peligroso ahora mismo. Sin embargo, Trump busca crear una ventaja competitiva: bancos más agiles, mayor permisividad frente al riesgo, más atracción de capitales.

Sin embargo, tras lo que a primera vista es una ruptura de estándares que puede considerarse un agravio comparativo desde Europa, también esconde una oportunidad. En el entorno económico actual, con pocas certidumbres, nuestro sistema bancario debiera reforzar su apuesta por la solvencia lo cual le permitiría atraer aquellos capitales que estén escarmentados por promesas de alto rendimiento en escenarios cuando menos complicados. La banca española (si de una vez limpia sus balances) puede verse muy beneficiada.

La capacidad de un gobierno como el de Trump de generar incertidumbres y sobresaltos parece a prueba de balas. Para aquellos que no están invitados a sentarse en el tablero de juego, la lectura de los mismos y sus consecuencias pueden darles alegrías. Se pone esto interesante.