Estoy fascinado con el concurso de belleza en que se está convirtiendo la política. La vieja y la nueva. Es una competición permanente por quién promete sueldos más bajos para los políticos, por quién detiene más desahucios, por quién ofrece la renta básica más alta, por quién reduce más el número de cargos públicos, por quién consigue parecerse más al perfecto yerno o a la perfecta nuera. Dicho de otro modo, la pelea no es por quién soluciona los verdaderos y profundos problemas de la sociedad española, sino por quién sale más guapo en la foto.

Se habla mucho de optimizar la Administración pero nadie se atreve a reformarla como necesita, es decir, de arriba a abajo; se habla mucho de desahucios pero nadie explica cómo lograr que el derecho a la vivienda se haga efectivo; se habla mucho de igualdad, pero las mujeres siguen siendo asesinadas a manos de sus maridos; se habla mucho de "los más desfavorecidos" pero la atención a la dependencia sigue sin dotación económica suficiente. Podríamos seguir así hasta el infinito. Y más allá.

PERO lo que más me fascina de todo, con diferencia, es lo mucho que se habla de los parados y lo poco que se habla de los trabajadores. El tema del desempleo es dramático, indudablemente. Es prioritario que la escandalosa tasa de paro se reduzca radicalmente. Pero no se dice casi nada de los que trabajan, y de cómo trabajan.

Tengo a veces la sensación de que soy el único que habla con camareros a los que avisan de su horario la jornada anterior; con periodistas que trabajan diez horas al día por apenas mil euros al mes; con cuidadores que tienen a cargo personas discapacitadas que necesitan una atención técnica muy especializada y que no llegan a los ochocientos euros; con conductores que conducen sin los descansos obligados; con dependientes a los que no les conceden sus vacaciones; con vigilantes de seguridad con jornadas de quince horas. Podríamos continuar así hasta el infinito. Y más allá.

ES LAMENTABLE, sin duda, cobrar una prestación de desempleo de un máximo de novecientos euros y no encontrar trabajo; pero no es mucho mejor cobrar lo mismo por trabajar diez horas todos los días, y sin que respeten tus derechos.

El trabajo es el espacio donde el noventa por ciento de la gente lleva a cabo gran parte de su desarrollo personal. Excepto quienes pueden vivir de las rentas, todos los demás tenemos que trabajar para sobrevivir y, si es posible, realizarnos en parte como seres humanos. Paradójicamente, si hay un asunto desatendido durante esta interminable crisis económica, ese es el mundo laboral.

No se trata, por tanto, de reducir el desempleo artificialmente para salir bien en la foto de las cifras macroeconómicas. Se trata de que la gente tenga un trabajo digno con el que poder vivir bien. Y vivir bien significa tener una vivienda, comer saludablemente, vestirse dignamente, no tener que elegir entre atender a los hijos o trabajar, poder socializarse y poder salvaguardar espacios de ocio. Porque no se vive para trabajar, se trabaja para vivir. No exagero si afirmo que la mayoría de la población española, en este momento, está renunciando a alguna de esas cosas: o no te compras ropa o comes con productos de baja calidad; o te deshaces de una hipoteca que ya no puedes pagar, o renuncias a alternar con tus amigos; o dejas a tus hijos en otras manos o pones en riesgo tu empleo. Lo peor de todo es que ya nos estamos acostumbrando -ya nos hemos acostumbrado- a asumir determinadas privaciones como si lo mereciéramos.

El trabajo digno en España va camino de convertirse en un concepto mitológico. Así que, en este contexto terrible, hay que preguntarse obligatoriamente: ¿Y los trabajadores? ¿Qué hay de los trabajadores?

Me asombra que desde la política se mire al dedo que señala la luna, en vez de a la luna misma. Estoy convencido de que si la mayoría de los españoles tuvieran un trabajo digno y un sueldo digno, a nadie le importaría si el presidente del gobierno tiene tres o treinta asesores, si cobra cien mil o doscientos mil.

XLOS SINDICATOSx deben resucitar. ¿Dónde están? Tienen que denunciar todas las injusticias que he enumerado, y todas las que he dejado fuera; tienen que independizarse de la política para poder exigir debidamente; tienen que renovarse y hallar fórmulas que les permitan recuperar en tiempo récord su credibilidad.

El mercado laboral es el núcleo del Estado de bienestar, pero nos han hecho creer que lo importante son las prestaciones. No. Lo importante es trabajar y cobrar bien por trabajar. Es ahí donde radica el buen vivir. Y cada vez estamos más lejos de eso. Solo cuando asumamos esta incómoda verdad, y luchemos por cambiarla, habremos encontrado la solución colectiva que hace mucho tiempo que se inventó.