Lo que ha dado de sí el «ya veremos» de Guillermo Fernández Vara esta semana. El presidente extremeño no para de asomarse a distintos medios de comunicación nacionales, sobre todo desde que ha pasado a formar parte del candelero mediático por apoyar a Susana Díaz y ayudar a expulsar a Pedro Sánchez. Estuvo el martes en la Cope y, aparte de revelar que tuvo que salir de Ferraz tumbado en la parte trasera de un coche aquel famoso día de autos en que se montó la marimorena en la sede del PSOE, dejó la puerta abierta a una hipotética remodelación de su equipo de gobierno. La pregunta fue clara y directa: ¿va a haber algún cambio? Y la respuesta: «ahora no» dado que se están tramitando los presupuestos regionales, pero cuando acabemos, osea a finales de enero o principios de febrero, «ya veremos».

Vara no es de hacer cambios, todo hay que decirlo. En su primera etapa de presidente, entre 2007 y 2011, sólo relevó a la consejera Leonor Flores por enfermedad y en la actual ha pasado otro tanto de lo mismo con Santos Jorna. Sin embargo, el comentario sí parece ser certero por las informaciones al respecto que se han venido oyendo desde hace varias semanas, y por los que se han hecho esta semana después de que el presidente hablara de la cuestión abiertamente. Digamos que me sumo al dicho de que cuando el río suena, agua lleva.

Este gobierno exiguo y de arranque de legislatura se veía con escaso recorrido, no tanto por sus componentes, cuya crítica requeriría de otro artículo, como por su escaso número. Cuando hay consejo de gobierno parece que se sientan en torno a una mesa camilla. Sólo falta que alguno mueva el brasero. Si Vara tenía 11 consejeros en 2007, Monago lo redujo en la siguiente legislatura a 7. Sin embargo, de nuevo Vara en el Gobierno no decidió ampliarlo ni respetar el número heredado, sino que lo bajó aún más a 5 dejando una portavoz aparte con el mismo rango. Para ello tuvo que montar unas macroconsejerías, algunas de las cuales totalmente desproporcionadas y con atribuciones no afines, justificando casos tan extraños como que Cultura dependa directamente de Presidencia «para protegerla mejor». Como si el resto de competencias propias de la Junta extremeña fueran menos importantes y no precisaran de padrinazgo.

A un dirigente nunca le gusta que le critiquen un miembro de su equipo. Es más, si no le pillan con el carrito de los helados metiendo la pata descaradamente o la mano, normalmente aguanta todo el mandato. Sin embargo, el comentario de Vara de esta semana ha servido para que la oposición opine que este gobierno es de bajo perfil, hasta el punto de que no pondrían objeciones en su renovación absoluta. Saben ellos y sabe Vara que cualquier muestra de debilidad o cambio supone un desgaste político, al igual que el éxito de un consejero lleva implícito un mérito de quien le nombra. De ahí que no se espere que vaya a haber renovación de caras o de personas, ni ahora ni más adelante, aunque sí nuevas incorporaciones que se sumen a los que ya están.

Puede que todo este ruido de ahora conlleve que el presidente cambie de idea o decida dejarlo para más adelante cuando calme el temporal, el propio y el del PSOE con un congreso nacional fijado ya para el 16 y 17 de junio que deberá anteceder al autonómico al cual él mismo se presenta. Sin embargo, es sabido que con nuevos presupuestos a comienzos de febrero y la bendición del todo poderoso Montoro, caben mayores gastos y en consecuencia algunos fichajes que permitan deshinchar determinadas consejerías que ahora resultan inabarcables.

Siete consejeros tiene la Comunidad de Madrid, ocho Castilla-La Mancha, La Rioja, Aragón, Asturias y Cantabria, nueve Castilla y León, Murcia y la Comunidad Valenciana, diez Galicia y Navarra, once El País Vasco y trece Cataluña y Andalucía. Extremadura es la peor dotada en este sentido con 5 y una portavoz. De ahí que el escenario que se nos presenta sea este, el de sumar algunas personas en breve. Se abren las quinielas, algunos lo saben; empieza el baile y hay quien ya ha comenzado a hacerse querer, aunque las pistas sobre lo que quiere el presidente son escasas y, en consecuencia, se dan palos de ciego que resultan bochornosos. Todo sea que al final esto se alargue o que se olvide; más de una vez cuando se habla mucho de algo, acaba por no propiciarlo quien debe.