La campaña electoral ya no da más de sí y el último día en que se puede pedir el voto va a servir fundamentalmente como llamada arrebato para que los indecisos y los disconformes con alguno de los aspectos de las políticas de cada partido se pongan una pinza en la nariz y se acerquen a la urna como un mal menor, que impida la victoria de los adversarios que en España se están convirtiendo en enemigos.

La irrupción de José María Aznar en campaña es tan inexplicable que ha tenido que aclararla él mismo, después de haber efectuado unas manifestaciones que sólo han servido para reafirmar a sus más recalcitrantes seguidores y para asustar al resto de los españoles. ¿Por qué hace Aznar estas cosas tan reincidentes que objetivamente centran el foco de atención en su figura y lo alejan de las coordenadas trazadas por la actual de la dirección del PP? Es una pregunta que no tiene una respuesta clara en la mixtura de actuaciones del expresidente, a caballo de sus negocios personales y de la aparente necesidad de una revancha que es lo que le conduciría a estas actitudes.

La noche del 27 de Mayo, después de la ceremonia de confusión que está garantizada por la interpretación que haga cada partido de los resultados, tendrá que venir necesariamente un periodo de reflexión en que el Gobierno y la oposición deberán decidir, a la vista fundamentalmente del grado de participación electoral, si este país se puede permitir el lujo de prolongar el grado de crispación un año más hasta la celebración de las elecciones generales. Si las cosas siguen así, ETA seguirá centrando la agenda política y seguirá teniendo en su mano la mayor amenaza para la democracia española porque un atentado terrorista en este clima de división tiene mucha mayor repercusión en la vida pública y eso es lo que más les puede gustar a los terroristas.

Solo queda esperar la noche electoral y tener el cerebro en estado de máxima alerta para tratar de hacer una luz que conduzca a refrescar un ambiente que se ha vuelto absolutamente irrespirable.