Muchos de quienes ahora impartimos clases padecimos un modelo de enseñanza muy distinto del actual, y en concreto nos tocó aguantar a una serie de profesores tiranos que eran Dios, y a los que nadie ni dentro ni fuera de clase osaba cuestionar.

Los padres de los chavales que al día de hoy tenemos en clase sufrieron este mismo sistema educativo y algunos, al no haber tenido ningún otro contacto con la enseñanza hasta la escolarización de sus hijos, presuponen en buena lógica que no somos más que un calco de quienes los martirizaron a ellos; que la escuela es la escuela de siempre, y que los institutos también. A unos pocos les queda un resentimiento antiautoritario que de manera consciente o inconsciente proyectan sobre nosotros. Y si hay un conflicto en el aula tienen muy claro a quién hay que defender: a su hijo.

Cuando un padre cuestiona tu manera de hacer las cosas te está diciendo, implícitamente, que no tienes idea de didáctica, ni de pedagogía, ni de disciplina. Que tus años de estudio y tu experiencia docente, día a día dando el callo, no te han servido para nada, y que más te valdría estar fregando escaleras o subido en un andamio.

Cuando un padre afirma que "has cogido manía a su hijo" (en el 99% de los casos una perla de estudiante) te está insinuando que eres cruel y arbitrario, caprichoso y prepotente. Que da más crédito a un adolescente que a un profesional de la enseñanza. Que te dejas llevar por tus personales filias y fobias, y que administras justicia como te viene en gana. Exactamente como aquellos profesores malvados de antaño. Resulta irónico que nosotros, que sufrimos dicha etapa como el que más, nos veamos en la tesitura de lidiar con antiguos alumnos, en la actualidad padres, que parecen querer saldar viejas cuentas.

El problema es que, cuando viene alguno de éstos a pedirme explicaciones de por qué "discrimino y maltrato" al hiperprotegido de su hijo, yo no tengo aquí a mi padre para que me venga a defender.

Juan María Hoyas **

Profesor en Navalmoral de la Mata