Un prestigioso suplemento semanal de un conocido periódico, dedicado mayoritariamente a la literatura y al arte, se planteaba hace unos meses una de esas cuestiones, más o menos retóricas, con las que se suelen rellenar muchas páginas con rebuscadas respuestas e intrincadas reflexiones; simplemente preguntando a varios escritores cual era la razón que les impulsaba a escribir.

Como es lógico las contestaciones de los encuestados fueron variadas; tan retóricas como la pregunta y con simples variaciones psicológicas --"egocéntricas" mayoritariamente-- que son las que me llamaron la atención para hacerme una detenida reflexión y para saber yo mismo --en mi humilde fuero interno de "escribidor" aficionado-- por qué y para qué escribo estas reflexiones u observaciones irreverentes, sobre los temas más dislocados e inconexos de nuestro mundo.

Si exceptuamos a dos o tres que respondieron simplemente "¡Porque me gusta!"; "¡Porque no sé hacer otra cosa!"... O, "Porque me pagan y vivo de esto". Que, sin duda, fueron los más sinceros y trasparentes en sus contestaciones; los demás se enredaron en complejas disquisiciones para despejar las pulsiones y pasiones que les llevaron al mundo de la literatura y de la creación poética. Pulsiones y pasiones en las que siempre se advierte un "tufillo egolátrico" que se intenta irradiar sutilmente a los demás.

El substrato general que se adivinaba en la mayoría de las contestaciones era una notable vanidad; una abultada autoestima o una rebuscada artificiosidad para subrayar y resaltar los propios méritos como narradores o versificadores. Actitud lógica y perfectamente explicable entre estas personalidades singulares, creativas e inteligentes, que están siendo generosamente retribuidas por su trabajo en empresas editoriales y en agencias de comunicación que obtienen notables beneficios a partir de su trabajo como escritores y poetas.

A veces, en sus réplicas, se refugiaban en la paradoja como muestra de ingenio: "Escribo porque no sé escribir...", respondía uno de los. "Escribo porque estoy intentando comprenderme a mí mismo...". "Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo...", remachando el "retruécano" de su propia incongruencia.

También los había que preferían salirse "por la tangente": ¿Por qué escribo?... ¿Por qué respiro?... Intentando dar un matiz "vitalista" --algo más allá del "existencialismo" de los grandes pensadores del pasado-- que subrayaban con posicionamientos egolátricos muy característicos: "Una semana, sin crear algún tipo de arte, me resulta sumamente dolorosa...". Otro de los consultados dice: ".. no sabría vivir de otra manera..." Y un tercero afirma: "...escribo para ordenar el mundo y comprenderlo...", "...para sentir, al menos durante un instante, que soy Dios..." No sé si Kafka , haciéndole la misma pregunta, hubiera respondido lo mismo.

YO, POR SUPUESTO, no me considero escritor. Por consiguiente, a nadie se le hubiera ocurrido hacerme esta complicada pregunta. Mis humildes colaboraciones literarias o mis torpes versos de "andar por casa" no se deben a ninguna vocación que exija cualidades superiores y que importen a nadie como especial creador. Por eso me he hecho la pregunta yo mismo; quizá estimulado por la lectura y meditación de lo que han dicho --también de lo que no han dicho-- estos geniales narradores, cuyos libros llenan los escaparates de las librerías. Quizá, también, empujado un poco por ese personal impulso de saber qué se cuece en mis renglones, y por qué los pongo a cocinar.

Voy a intentar responder, brevemente, en esta reflexión ligeramente justificativa de una actividad que no me corresponde, ni por vocación ni por reacción...

¡Por si a alguien le interesa!

Empecé escribir mis "ocurrencias" desde niño. Con ellas me defendía de un notorio complejo de inferioridad física. No tenía musculitos, pero intentaba demostrar que poseía una cierta imaginación; frente a los musculosos que no tenían ninguna. ¡Me dio muy buen resultado! Y he seguido haciéndolo con el mismo resultado y el mismo propósito. Colaboraba en varios periódicos; pero no llegué a sentir vocación de periodista... Escribí algunos versos, pero nunca me consideré poeta.

Nadie me pagaba por ello. Pero algunos leían mis libros, colaboraciones, folletos y "columnas" y se acercan a felicitarme; a resaltar la riqueza del vocabulario, la agudeza de mis reflexiones y lo bien que utilizaba la Gramática. ¡Con esto, siempre, me he dado por espléndidamente compensado! ¡Gracias!