Debo reconocer que, tras dos años y medio de gestión,Zapatero me ha decepcionado algo. Ya no me creo su talante, y menos el de algunos de sus colaboradores y aún influyentes ex colaboradores. Está adquiriendo un complejo de rey-sol que puede, supongo, llegar a ser preocupante. Y algunas cosas empiezan a no salirle bien, como ha quedado patente este verano, desmintiéndose así que la buena suerte le acompañe siempre. Aunque la verdad es que parece que sí le acompaña casi siempre.

Que Zapatero está crecido es una evidencia certificada por numerosos viajeros al círculo de hierro monclovita. Ello no basta para la descalificación global de un jefe de Gobierno que ha tenido mucho valor para enfrentarse a situaciones viciadas y que estaban consolidadas simplemente porque nadie se había atrevido, o no había podido, agarrar esos toros por los cuernos. No seré yo, desde luego, quien comparta algunas diatribas globales contra el inquilino de La Moncloa, adornado por bastantes virtudes y empequeñecido por ciertos defectos de no escasa consistencia.

No me parece que entre los defectos se encuentre el afán de ostentación y lujo. Tampoco se le ha apreciado un derroche insustancial y excesivo de los bienes del Estado. Así, encuentro justificable que el presidente de un Gobierno como el español viaje en avión oficial para recoger a una hija que estudia en Londres o para asistir a un concierto en el que participa su mujer, Sonsoles Espinosa. Hace años, recuerdo haber entrevistado a Calvo Sotelo, entonces presidente del Gobierno, en el pasillo de un avión de línea regular, en el que regresaba de un viaje oficial a Grecia: durante nuestros paseos entre las butacas, él hierático, yo siguiéndole con una grabadora en la mano, recuerdo que nadie levantó la vista, tal era la normalidad con la que se entendía que el jefe del Gobierno español viajase junto a los demás mortales.

XPERO LASx cosas han cambiado, las épocas también y la seguridad y, sobre todo, el sentido de la dignidad que debe acompañar a un gobernante de uno de los principales países del mundo --que lo somos-- ha experimentado un giro notable. Hoy, parecería más escandaloso ver a Zapatero en un vuelo de Iberia, departiendo con el pasajero de al lado, que saber que ha utilizado un aparato de la Fuerza Aérea para ver a su esposa participando en un coro de ópera. Otra cosa son los inventos malintencionados que han rodeado la figura de Zapatero --que si se llevó no sé cuántos cocineros a La Mareta, que si Sonsoles Espinosa reclamó una patrullera de la Guardia Civil para ir a bucear, que si...-- y muy otra cosa los abusos de ciertos personajillos que, por sí solos, no ganarían ni unas elecciones a la junta vecinal, pero que reclaman coches oficiales de cristales tintados y uso del Mystere en cuanto ven su nombre impreso en el BOE.

Me entristece que algún responsable de la oposición, y algunos colegas dispuestos a disparar contra lo que se mueve en el Gobierno, centren sus dardos en estos aspectos tan menores, cuando hay caza mayor en la acción del Ejecutivo. Un Gobierno que desdeña informar al Parlamento del envío de adelantados de la tropa al Líbano, o que olvida informar al Rey de un cambio, bien peculiar por cierto, en la composición del Consejo de Ministros. O que se cierra en banda a la hora de responder a la opinión pública sobre temas tan importantes como la negociación (o no) con ETA. Sobre todo eso, y sobre la incompetencia de los responsables de encauzar la inmigración, por ejemplo, sí que debería responder Zapatero en sede parlamentaria y ante los medios informativos. Y cuanto antes. Lo de los aviones, a mí, que tanto me indigné cuando Felipe González se embarcó en el Azor, y cuando Aznar celebró como fasto de Estado la boda de su hija, me parece, en serio, un asunto secundario y hasta comprensible.

*Periodista