WLw a iniciativa de un presidente del Gobierno de citar al líder del principal partido de la oposición para tratar sobre los más importantes problemas de Estado es algo normal en las democracias avanzadas. Sin embargo, que José Luis Rodríguez Zapatero vaya a reunirse el viernes en la Moncloa con el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, despierta aquí sorpresa y grandes expectativas. Sobre todo, porque la reunión se produce exactamente el día en que expira el ultimátum de ETA, que amenazó con romper el incipiente y hasta ahora infructuoso proceso de diálogo. Y también porque la actual legislatura está marcada por una inusual aspereza de las relaciones entre el Gobierno y la oposición.

Esperemos, pese a todo, que la reunión que mantendrán el próximo viernes cara a cara, entre Rodríguez Zapatero y Rajoy, no sea un episodio más de los desencuentros entre ambos y suponga un punto de inflexión en una relaciones que vienen marcadas por el signo de la crispación desde la victoria socialista del 14 de marzo del 2004, tres días después de los atentados de Madrid.

El país necesita que en asuntos tan delicados como el alto el fuego de los terroristas de ETA, las estrategias en política europea o la inmigración los dos grandes partidos que probablemente se alternarán en el poder durante décadas tengan, si no opiniones aproximadas, al menos unas bases compartidas.

La reacción del líder de la oposición de aceptar el guante del jefe del Gobierno español es, en este sentido, positiva. Pueden existir discrepancias profundas entre el PSOE y el Partido Popular sobre cómo abordar el final definitivo de la banda terrorista ETA, pero es lamentable que éstas se diriman a gritos en la calle y desde las trincheras mediáticas, sin profundizar sobre el problema real.

Los socialistas parecen haber asumido que uno de sus errores a lo largo del proceso fue no informar a los populares del inicio de los contactos entre el Partido Socialista de Euskadi y Batasuna. Y cabe esperar que Mariano Rajoy haya comprendido que la postura crustácea de su partido respecto a un proceso que, quiera o no, está en marcha y realmente no conduce a ninguna parte.

Conviene no echar las campanas al vuelo sobre los posible avances de la cita del viernes entre los dos dirigentes políticos. La idea de que el resultado de las próximas elecciones depende de cómo avance la política en relación con ETA está demasiado instalada en las cúpulas de los dos partidos, por lo que predominan las estrategias de confrontación sobre las de consenso.

Es, sin embargo, esperanzador que la reunión se produzca y que se anuncien posteriores contactos. Es un síntoma de madurez democrática en unos momentos en que la vamos a necesitar.