Lo lógico es que nada se sepa de lo que tratan en sus encuentros el jefe del Estado y el jefe del Gobierno. Es regla no escrita que nunca se informe de lo que se habla con el Rey, y menos aún debe hacerlo el primer ministro, que se supone que trata con Juan Carlos de Borbón de las más delicadas cuestiones del Estado. Lo que ocurre es que tradicionalmente, en los encuentros veraniegos entre ambos en Marivent, el presidente ofrecía, hasta ahora, una rueda de prensa en la que todos mantenían la ficción de que se narraba el temario abordado con el Monarca. Venía a ser una especie de repaso, anodino y algo a matacaballo, de lo que había sido el curso político. Ocurre que este año ya hemos tenido este repaso por partida doble: en el reciente debate sobre el estado de la nación y en la extensa rueda de prensa de Zapatero el viernes pasado en La Moncloa.

Desde luego, no estoy excusando esta súbita incomparecencia de Zapatero, que rompe una tradición para con la prensa. Especialmente, cuando en esta ocasión uno de los grandes temas sobre la mesa es, precisamente, la Monarquía y, de refilón, las relaciones entre don Juan Carlos y José Luis Rodríguez Zapatero . Más allá del republicanismo, tan públicamente reiterado, del segundo, estas relaciones no han sido, hasta ahora, objeto de comentario; se supone que son correctas y Zapatero ha llegado a elogiar el carácter republicano del Rey , que ya son ganas de elogiar. Estamos en momentos indudablemente importantes para el futuro de la Corona en España, con ataques aislados, pero que proliferan, contra la institución, a la que hay que reconocer que no vienen precisamente bien algunas imágenes veraniegas, que son al menos tan tradicionales como el encuentro político en Marivent.

Entiendo como una obligación del jefe del Gobierno, sea quien sea y piense lo que piense acerca de la Corona, defender esa institución aquí y ahora: es uno de los pilares de la Constitución y del sistema en el que vivimos, que ha sido el más estable que hemos tenido en mucho tiempo. Y es esta una cuestión que me parece mucho más importante que casi todas las demás, coyunturales, que estamos viviendo en estos días: ocurre que, en enero, el Rey cumple setenta años y su hijo Felipe , cuarenta. Que son dos números bastante redondos y que, sin duda, van a suscitar no pocas especulaciones, habladurías y rumores, con o sin fundamento.

Claro, uno es curioso --y periodista-- y le gustaría poder observar y escuchar, a través de un agujero, el encuentro entre los dos hombres que ostentan la representación de los españoles. Me gustaría también estar seguro de que el entendimiento entre ambos es, al menos, como creo que es, correcto. Que es precisamente la idea que se pretendía dar con esa comparecencia posterior ante los medios ahora suprimida de un plumazo de la errática agenda presidencial.

*Escritor