Estaba ayer de fiesta Zinedine Zidane (Marsella, 23-6-72). Jugaba en su casa, ante la gente que más le ha valorado, y tenía enfrente al Olympique. Iba con el Madrid, el último club que disfruta de su magia portentosa. Hace un par de días, su entrenador, Carlos Queiroz, ha dicho de él que "no es un jugador de fútbol; es el fútbol", lo que da buena idea de lo que se piensa en todo el mundo, sin excepción posible. Hoy por hoy, es el futbolista más piropeado, reconocimiento largamente merecido.

Zidane, cosas de la vida, sólo jugó al fútbol en su ciudad cuando era un niño, hasta los 14 años, en dos clubs modestos. Jean Fernández, entrenador del Cannes, se fijó en su talento y con 17 años lo hizo debutar en Primera División. Hizo su primer gol en 1991 perteneciendo al Nantes. Tuvo que esperar tres años para jugar con Francia, en abril del 94, con dos goles. Desde entonces, todos se han rendido a su clase, sus pases, sus goles verdaderamente galácticos, dos en el Mundial que dieron un título, ante su gente y uno con el Madrid en el 2002 que supuso la novena Copa de Europa. Y en medio de tanta magia, una personalidad sencilla, humilde y abierta a todos, quizá por su propia ascendencia, argelina. Su esplendor no debería apagarse nunca, pese a que él ya ha dejado atisbar que se retirará al final de la próxima temporada. No te vayas nunca, Zizou , que te echaremos de menos.