He visto cosas que no creeríais…» sí, de ciencia ficción ha sido el paso por la feria de este año. Lo dejaremos en, diferente. Las cañas en el centro me sorprendieron a las 15.30 horas de la tarde, sin comer, siendo la hora de quedar cada año más tardía, incomprensiblemente, cuando cada garito por el que pasamos estaba, si no vacío, al menos poco concurrido. No era lo esperado dado el buen tiempo que hemos tenido estos días.

Tiempo que, también en otros destinos turísticos, ha invitado a marcharse a la gran mayoría de los habitantes placentinos, que cada vez más, utilizan estos cuatro días festivos, para darse el primer chapuzón de la temporada y regresar cuanto más bronceados mejor.

Tan sólo las Plazas de San Martín y de la catedral reunían el grueso de gente por la música y el espectáculo que ofrecían, aparte de sorteos y regalos que siempre son bienvenidos. Ni siquiera el Rincón de San Esteban estaba tan lleno como en otras ocasiones. Triste.

No pasó lo mismo con Celtas Cortos y su tan esperado como conocido tema: 20 de abril del 90, que hizo que la multitud se congregase el día de inicio de las fiestas, tras el pregón de mi querido paisano Pablo Vicente, del mismo modo que la explosión de fuegos artificiales en el Cachón. Esta última congregación no sólo fue de personas, sino también de coches, pues aunque la noche acompañaba para darse un paseo, la rotonda de la circunvalación era un peligro a la hora de circular, dado que todos los vehículos estaban mal estacionados en el perímetro de la misma, sin ningún tipo de seguridad vial advirtiendo del riesgo.

Pero vamos al ferial, allí sí que daba miedo, no precisamente por el Tren de la bruja o los carruseles con ponis que por fin este año se han suprimido, sino por la macabra visión de ver a menores trabajando, cobrando billetes en varias atracciones sin ninguna supervisión adulta y sin las mínimas condiciones legales o seguras, a simple vista. ¿Es necesario que ocurran tragedias para tomar las medidas oportunas?

Es evidente que algo no se está haciendo bien cuando con el paso del tiempo, las cosas empeoran en lugar de mejorar. Plasencia también es sus comarcas y está claro que si no fuera por los comarcanos que nos acercamos a disfrutar de los festejos, la feria habría dejado de tener razón de ser hace mucho tiempo.