Se ha ido en silencio, con la discreción propia del solitario que era, Carlos Córdoba. No creo que su nombre les diga mucho a los placentinos y, sin embargo fue, para desconocimiento de la mayoría, uno de sus talentos más esclarecidos, en un área del saber especialmente ardua: la filosofía. Le recuerdo paseando desde que tengo uso de razón. Muy pronto tuve noticias de sus afanes filosóficos gracias a mi tío Paco y a uno de mis paraísos infantiles: su biblioteca.

De formación autodidacta, como tantos escritores y pensadores, compaginó sus estudios e investigaciones con su trabajo en un banco. Como muchos, tuvo que soportar los comentarios que nacen de la triste ignorancia e incluso las leyendas que les caben con honor a los excéntricos.

Durante años recorrió a buen paso el laberinto que antes y ahora transitamos los solitarios como él. En torno a esa anécdota compuse uno de mis poemas: "Vidas paralelas", que, por supuesto, le está dedicado. Entonces aún no le conocía en persona. Al inicio de los 90 le visité en casa un par de veces y una tarde memorable logré asistir a una tertulia maravillosa en la que, además, estuvo Manolo Matos, el secreto poeta malogrado al que tanto estimábamos.

Las obligaciones familiares y las exigencias profesionales impidieron que aquella incipiente relación fuera a más. Lo he sentido siempre y más ahora cuando las cosas no tienen remedio. Me precio de ser de los pocos placentinos que ha leído sus ensayos. Me alegro de haberlo conocido. Su ejemplo de supervivencia intelectual y de elegancia moral en un medio hostil no ha tenido precio para mí. Gracias, mil gracias, Carlos.