En casa de Carmen y Lorenzo ya eran familia numerosa antes de acoger a sus sobrinos-nietos, de once y diez años. "Entonces tenían uno y dos y aunque empezaron llamándonos tío y tía y siguen viendo a su madre, fueron ellos mismos los que quisieron llamarnos papá y mamá". Lo cierto es que lo parecen de lo contentos que se ve a los niños. También a sus acogedores, a los que les unen lazos familiares y por circunstancias de la vida les abrieron las puertas de su hogar. Poco les importó tener ya tres hijos, incluso de seis años el menor, y ser una familia trabajadora que ha tenido que doblar sus esfuerzos para tenerlos bien atendidos.

Es un testimonio de los más de cien que podrían dar el resto de familias de acogida en un acto de generosidad que supone abrir su hogar a menores con problemas. "A mi se me caía el alma a los pies cuando vinieron con nosotros", dice Carmen Díaz, que confiesa tener que dar más horas en el trabajo para atender a esta nueva familia numerosa, pese al riesgo de que sus padres puedan reclamar la tutela con el tiempo. "Para mi son como mis hijos y si llegara el caso, porque sabemos que esto es temporal, me quedaría la satisfacción de haberlos sacado adelante".