En la Europa de nuestros días, cuna del Derecho, es inconcebible que las fronteras interiores permitan dar cobijo a prófugos de la justicia con total impunidad porque todavía no tenemos consolidado un espacio judicial y policial común. El sueño europeo de libertad y justicia percibe con tristeza cómo las estructuras europeas, articuladas sobre cimientos preferentemente nacionales, no son capaces de dar respuesta a las necesidades judiciales de los Estados miembros.

La crisis gubernamental alemana y el brexit están haciendo languidecer el proyecto de construcción europea. En la UE solo importan los resultados económicos. Se ha olvidado que es un proyecto político y social; una comunidad de personas que aspiran a convivir pacíficamente de una forma más próspera y solidaria. Se han mantenido a ultranza las políticas monetaristas y se ha lastrado al pueblo llano con recortes y ajustes. Se ha resuelto la crisis bancaria y, en cambio, no se ha prestado demasiada atención a la lacra del desempleo. Esta ausencia de políticas sociales produce cierta desafección de la idea de Europa y, como consecuencia, los populismos y nacionalismos xenófobos y excluyentes campan por doquier. Cataluña no es el único caso. Tenemos a Córcega y a los flamencos belgas. Hasta Groenlandia e Islas Feroe.

Es cierto que hemos alcanzado un espacio común de Derecho que nos proporciona certidumbre y seguridad jurídica, pero también es cierto que el sueño europeo de libertad e igualdad choca con los ruines intereses nacionalistas. La única salida a la actual crisis europea está en el fortalecimiento del proyecto común. Se echa en falta un espacio judicial supraestatal. Hay que lograr que aumenten la compatibilidad y la convergencia de los sistemas judiciales de los Estados miembros. Lo que estamos viviendo con prófugos atrincherados en un espacio común no se parece en nada a la Europa que soñaron sus fundadores. Más Europa y menos nacionalismos.