POR RAQUEL RODRIGUEZ

A finales de mes, se cumplirán 34 años desde que Francisco Rodríguez y su mujer, Jacinta Hernández, abrieron en un local de su propiedad en San Miguel el bar El Esquinazo. Hoy, su hijo Claudio Francisco Rodríguez, Tito , lo mantiene junto a su mujer, María José Calatayud, con la ayuda de su madre y la confianza, sobre todo, de los clientes de toda la vida y de los amantes del fútbol.

Tito cuenta que su padre tenía mucha experiencia en la cocina, no obstante, había sido jefe de barracones de la central nuclear de Valdecaballeros. También fue carnicero en San Juan y abrió el bar cuando apenas había otros en el barrio. "Empezó dando panceta y morros a la plancha y yo los sigo dando". Pero enfermó y su hijo le sustituyó y posteriormente falleció y Tito se hizo cargo del negocio.

Había trabajado en pubs y como vigilante de seguridad en Cetarsa, pero "desde pequeño, todos los días le echaba una mano a mi padre". Finalmente, dejó la vigilancia y, tras hablar con su padre, decidió reformar lo que había sido un mesón en un local con ambiente de taberna inglesa y una decoración eminentemente futbolera.

De hecho, las mesas son campos de fútbol de chapa; en el techo hay un cuadro de los primeros jugadores de la selección inglesa y de las paredes cuelgan antiguos cromos y carteles de partidos de 1903, 1915 y un Madrid-Barcelona de 1906. Las señales que anuncian el bar en la calle, lo denominan The football Museum .

Y es que la relación del propietario de El Esquinazo con el fútbol es estrecha. Es vicepresidente del Club Polideportivo San Miguel, entrenador de alevines y forma parte de El Esquinazo Uceca, un equipo de fútbol 7 de mayores de 35 años que han formado antiguos amigos y jugadores de los años 88 y 89 y que han hecho del bar su lugar de encuentro. También patrocina equipos de veteranos como el Solgomar y, aunque es aficionado al Barcelona, "yo siempre digo que soy del San Miguel".

Antes, aprovechaba los partidos para dar las copas más baratas y cuando la selección española juega europeos o mundiales, sortea una camiseta de la selección por cada partido. Ahora, de vez en cuando, también sortea camisetas o alguna paleta.

Esto se suma a su oferta que, en los desayunos, se basa en tostadas, churros y migas gratis, en invierno. "Mi madre también hace caldo en invierno y gazpacho en verano y se lo ponemos a los clientes con el pincho de manera gratuita". Las especialidades de su madre son los riñones al jerez, las mollejas o el higadito encebollado, pero Tito también cocina. "Los callos, el picadillo, la panceta, las patatas con huevo... las hago yo".

Además, tienen platos combinados, raciones, bocadillos y las pulgas "de pan de chalupa, con el que siempre trabajó mi padre". El local le permite también dar celebraciones, como despedidas, comuniones, cumpleaños, cenas de equipo y de empresa y está pensando ampliarlo con un salón ahora interior de entre 40 y 60 metros para ganar intimidad en las celebraciones.

Todo mientras se turna en la atención al bar y a sus dos hijos con su mujer y la abuela. "Lo llevamos bien, pero esto es muy sacrificado", afirma. De hecho, no le gustaría que sus hijos heredaran el bar. El mismo dice que "mientras me vaya bien, no me voy a mover de aquí, pero si encontrara un trabajo mejor, lo dejaría, porque no quiero morirme aquí".

Pero, de momento, sigue, con un trato familiar y de amistad hacia los clientes. Tras unos comienzos "con muchísima clientela", pasaron "dos años muy malos y, desde el año pasado, la cosa va mejor, aunque despacio. Si aguantas en tiempos de crisis, serás rico el día de mañana", decía mi padre.