Llegó, ha tardado pero ya está aquí. Mi piloto (la nariz) indicador del calor corporal, manifiesta la temperatura exterior con un color rojizo y brillante que tarda en regularse mucho más tiempo del deseado. Nuestro carácter jocoso contribuye a la creación de chistes malos con los que quitar hierro al asunto y llevarlo de forma más alegre, como el aviso de que «el grajo va andando» que ya está circulando por las diferentes redes sociales.

La logística que dirige el orden por el que transitamos a diario se colapsa, afectando a las comunicaciones y medios de transporte. La bajada desde Santa Bárbara hasta la rotonda de los Cerezos, acceso de la carretera de la Vera a Plasencia, presenta desde hace semanas una capa de hielo continua, que la convierte en una rampa de patinaje peligrosísima, perpetuada por la sombra las veinticuatro horas del día, en la que pisar el freno es un suicidio asegurado. Otra muestra son las espectaculares imágenes de los canales venecianos, congelados por segunda vez en toda su historia.

Las bajas se han producido no sólo en las temperaturas y los termómetros, también en lo más importante y principal, las vidas humanas. En algunos sitios las iglesias se abren a los más necesitados. Actuaciones como el protocolo Ola de frío puesto en marcha por el Instituto Municipal de Asuntos Sociales (IMAS) de Cáceres aplicado por diversas oenegés, contribuyen de forma activa a paliar esta grave necesidad.

No estamos adaptados para soportar temperaturas extremas, es así. Nuestro estilo de vida no lo permitiría, acomodados en casas calentitas, los más privilegiados, o arropados con mantas otros, favorecidos también, todos tenemos un techo que nos cobija y por ello debemos de estar agradecidos, no como quienes ni de eso disponen y la calle es su único y helador cobijo. Las muertes por hipotermia han ascendido de forma alarmante, son centenares ya.

Pero lo peor es el frío del alma. Sin compañía u otro cuerpo que comparta su calor con el propio, las camas, cajeros, cartones y calles son más gélidos y este sí que es difícil de sobrellevar. Algunos se acurrucan junto a sus animales de compañía, más adaptados pero igualmente helados, en un intento de elevar la temperatura mutuamente.

El calor humano, cada vez más caro entre los de nuestra especie, ha de aumentar si deseamos combatir esta hipotermia vital.