Communio, communis en latín, y de eso se trata, de compañerismo, participación y solidaridad. La Iglesia Católica lo utiliza para referirse tanto al Sacramento de la Eucaristía, como a la relación que existe entre las personas que están en la misma comunidad cristiana. Y es ahí donde se ha fallado, en lo que supone de facto pertenecer a una comunidad. Si ni siquiera conocemos al de la puerta de al lado, o su historia, ya sea de bonanza o desgracia. El concepto se ha desvirtuado totalmente y tal vez de esta dolencia en el lenguaje, hemos derivado en lo que queda de su importancia real en la actualidad.

Partiendo de esta base, el intento por parte de la Iglesia de plasmar en hechos ese sentimiento de unión, a través de la celebración de sus sacramentos, en este caso mediante el rito de tomar la sangre, el vino, y la carne de Cristo, el pan, se ha acabado mercantilizando como la mayoría de las cosas en esta continua involución social.

Difícil cometido el que se le plantea a la parroquia, que, tras ver reducidas las horas de clase de religión en el sistema educativo, ha aumentado los años de catequesis obligatorios para los infantes, a fin de poderles enseñar en ese tiempo al menos, lo imprescindible para cualquier cristiano antes de recibir dicho sacramento. Así, tras tres largos años, dependiendo de la situación, llega el momento de tomar la Primera Comunión y si ya, hace 30 años, intentaban convencerte de que lo importante no era la fiesta de después, ahora, no lo pueden tener más complicado. Desgraciadamente ese pequeño, no va a pertenecer de ninguna manera, o durante escaso tiempo y mientras la edad y la fuerza del grupo no le arrastre, a esa propuesta de comunidad cristiana, en donde la mayoría no volverá a pisar un templo, salvo contadas ocasiones y, mucho menos, confesarse y comulgar.

La fiesta se impone, y ¡de qué manera!, por lo que, competir, dado el consumismo imperante, contra el regalo de nuestro primer móvil, eso suponiendo que no le tengamos ya, un viaje a Disneyland París, de moda ahora, es tarea casi imposible. Los conceptos de compañía y solidaridad, si no se han inculcado desde la base, difícilmente se desarrollarán en la edad adulta y quedarán reducidos a marcar la cruz en la casilla de la declaración de la renta o poco más. Ojalá recuperemos el norte perdido en este asunto que se nos ha ido de las manos.