Los enfermos que han estrenado el centro de día tienen entre 75 y 85 años y han perdido ya algunas facultades, pero el fin de sus trabajadoras es "intentar mantener las capacidades que cada uno tenga todo el tiempo posible", explica María José Fernández.

Por eso, las actividades están adaptadas a cada persona. La jornada comienza con el desayuno y un poco de descanso, antes de la gimnasia, que realizan sentados y con pelotas o aros. Para muchos, es el único ejercicio del día porque "los hay que no salen de casa mas que para venir aquí". Sin embargo, subraya que en el centro "ganan autonomía, hay quien en su casa le dan de comer y aquí come solo".

Tras el ejercicio, practican la orientación y la memoria recordando los días de la semana, meses, fechas, datos familiares, incluso cada uno lleva su nombre escrito en una pequeña placa. A esto se suman actividades relacionadas con el lenguaje o el cálculo a través de fichas para rellenar o dibujos y también aprovechan para salir a pasear al exterior del centro.

Para las trabajadoras, todo son ventajas: "Trabajar en grupo les beneficia porque se relacionan con gente ajena a la familia, la familia descansa y la enfermedad se ralentiza, porque lo hemos comprobado en el centro de terapia".