La forma de hacer política ha cambiado. En la etapa liberal se hacía en los salones y en los ateneos. Y el pasado siglo fue la época de los grandes mítines, donde se enaltecía a los partidarios y se pronunciaban discursos para encender a las masas y captar su voto.

Hoy, la televisión y las redes sociales han modificado la sociología del voto. Los políticos han perdido el arte de la oratoria y al ciudadano cada vez le apetece menos escuchar insulsas arengas políticas; prefiere disfrutar de la gran ventana que es la televisión, que le informa y le entretiene. Las grandes cuestiones sociales se debaten en tertulias radiofónicas o televisivas, e internet cobra cada día más protagonismo hasta convertirse en una importante herramienta de persuasión. Además, el ciudadano se considera con derecho a manifestar su opinión porque quiere ser escuchado; y a través de las redes sociales se siente portavoz de sí mismo.

La política se ha convertido así en un estado de opinión. La prensa escrita --que nunca perderá sus adeptos-- se complementa con otros modos de vender política. Los mítines en grandes recintos han quedado como meros instrumentos residuales para autocomplacencia de políticos y militantes.

Pero los candidatos necesitan seguir pescando votos y acuden a todos los caladeros, principalmente a las redes sociales y a los medios de comunicación. La utilización de las redes sociales permite un diálogo permanente con el electorado. Y han sido los nuevos movimientos de la izquierda alternativa los que antes han comprendido este cambio y mejor han sabido adaptarse a los nuevos tiempos.

Esta es la causa de que los líderes políticos se afanen en convertirse en estrellas de la televisión y manifiesten verdadera obsesión por implantarse en las redes sociales. La consecuencia es que la publicidad prevalece sobre el mensaje; la imagen sobre el candidato; la superficialidad sobre la ideología. La realidadahora es virtual. Y, como es fácil deducir, la política gana en mercadotecnia y pierde en compromiso.