"La ciudad tiene un olor especial en Martes Mayor, a pimentón de La Vera, a cerezas del Valle del Jerte, a miel de Las Hurdes, al aceite de Sierra de Gata y de la Trasierra", decía ayer el alcalde, Fernando Pizarro. Una impresión que corroboraba la vicepresidenta del Gobierno de Extremadura, Cristina Teniente: "Todos los sentidos se concentran en este bullicioso Martes Mayor".

Así es Plasencia durante esta celebración, una ciudad volcada en embriagar los cinco sentidos del turista. Un mercadillo de dos centenares de puestos, algunos con productos de cuero, otros con colgantes artesanales o peluches, jabones naturales, trabajos de alfarería, cestería, carpintería, metalurgia... La lista puede parecer interminable, pero aún quedarían por mencionar los puestos de frutas, verduras, mieles, dulces, embutidos, pescados y otros tantos donde escoger, donde detenerse para disfrutar del momento, de la sensación festiva, alegre y acogedora de los naturales y de los comerciantes que se acercan a la capital del Jerte a ofrecer su mejor sonrisa y sus productos.

El Martes Mayor es el día grande de Plasencia. La ciudad respira fiesta, vive fiesta. Una fiesta que los habitantes sienten tan natural que atrae la atención de los curiosos que se acercan por primera vez.

Desde una perspectiva puramente histórica, el Martes Mayor está aún en la frontera entre costumbre y tradición. Hace sólo cuatro décadas que el ex alcalde Juan Francisco Serrano Pino, fallecido el año pasado, dio comienzo a este evento; pero está tan arraigado que en el acto institucional de ayer ninguno de los ponentes utilizó la palabra "costumbre". "La tradición es eternidad", aseguró Cristina Teniente.

Mientras Plasencia cuente con la colaboración de las comarcas de su alrededor, el Martes Mayor irá, paso a paso, entrando en el imaginario colectivo de cuantos participan, y creciendo hasta lograr el ansiado reconocimiento nacional que la fiesta merece.