Siempre salen perdiendo los mismos, los más indefensos y vulnerables, los enfermos y más aún si son niños, víctimas de quienes lo provocan voluntaria o involuntariamente y por las circunstancias que sean.

El Hospital Virgen del Puerto de Plasencia, con su equipo de Pediatría casi al completo de baja por diversos y respetables motivos, se ha visto obligado a cubrir la asistencia con facultativos de otras comunidades y pediatras de atención primaria.

La falta de facultativos, más de la especialidad de Pediatría, es un mal endémico de nuestra sanidad. Sin embargo no dejas de escuchar las voces de los parados obligados a emigrar para ganarse el pan. Es evidente que las cosas no funcionan y, si no lo hacen, es porque, como en todo, detrás de ellas hay personas, personas que no están haciendo su trabajo o, al menos, no de la forma correcta.

Esta especialidad, más incluso la medicina en sí, es vocacional, se trata del cuidado de otros seres humanos, de personas que han sentido esa llamada por la profesión. Desde Hipócrates (siglo V a. C.), pasando por Galeno (siglo II), hasta la Declaración de Ginebra de 1948 o la versión de Louis Lasagna, cada uno de los que deciden ser médicos han jurado hacer lo posible por el bien del enfermo y guardar el secreto de su padecimiento. Desgraciadamente, muchos lo han olvidado.

Experiencias negativas en este ámbito apoyan mi idea de que, como al final somos personas (siempre sin generalizar), la involución también ha llegado aquí y la alienación ha convertido a los enfermos en meros casos que atender hasta terminar la jornada.

El pasado mes, una familiar necesitada de intervención quirúrgica en el servicio de Maternidad y Obstetricia de este hospital, me comentaba la ausencia de profesionalidad, tacto y delicadeza, ya ni siquiera bondad, de las profesionales de este servicio, opinión compartida por su acompañante y, al parecer, generalizada entre el resto de pacientes, no sin apuntar la existencia de excepciones, que siempre hay, y su gratitud hacia ellas.

¿Qué puede haber más vulnerable que un bebé y su recién parida madre, más si es primeriza, o quien le ha perdido? Niños y mujeres o ancianos abandonados que, además de ciencia para sanar, necesitan sensibilidad y el mayor cariño del mundo. Somos química y probado está que el amor cura.