El ciclo de la vida nos trae y nos lleva al mismo estado. Nacemos absolutamente indefensos, dependientes para poder desenvolvernos con autonomía. Peques que nacen para llenar la casa de vida y caos, maravilloso y desbordante a la vez. Y mayores que en su vejez, la vida les devuelve a la infancia.

Dicen que lo más bonito es no dejar de ser niño, conseguir continuar sorprendiéndose y brillando, a pesar de vivir situaciones difíciles que impidan mantenerlo intacto y sin fisura.

Durante la adolescencia, nuestro niño interior está tan confundido, que no sabe si quiere crecer o no. Será porque las rodillas raspadas duelen menos que los corazones rotos.

Podemos castigarlo de mil formas diferentes en la adultez, cuando se confunden las obligaciones y responsabilidades con madurez, si bien es cierto que van de la mano, no implica que unas anulen a otras, y permitir que muera. Porque el fin es inevitable e incluso cruel.

La frecuencia de enfermedades degenerativas en edades tempranas aumenta cada día. Repletas de síntomas muy tristes, básicos, que recuperan ese niño que nunca murió y, ahora más que nunca, se manifiesta de todas las formas posibles.

Cierto es lo de que son como niños, si encima les acompaña uno de estos trastornos, la cosa se complica. A veces ni los mismos familiares creen que sean capaces de comportarse como lo hacen, mientras el carácter se agudiza tanto para bien como para mal y la rebeldía se extrema tanto como la ternura. Las limitaciones para ellos se evidencian si la lucidez les permite ser conscientes del deterioro, provocando más tristeza y desconsuelo, al ver el futuro incierto que les espera, no sólo a ellos, sino también a familiares, normalmente cuidadores.

Solo sobreviven esos Peterpanes eternos, felices en países de Nunca Jamás de fantasía. Esos que la vida ha zarandeado o no y a quienes no permitieron ser como querían de pequeños, o todo lo contrario, les concedieron cada deseo que pidieron. Y ahora, con 40 o 50 años, se empeñan en seguir siéndolo a costa de lo necesario, por encima de personas, problemas u obligaciones. Incapaces o hasta negados a comprometerse y cumplir su palabra con hechos verdaderos.

Niños todos, la diferencia estriba en la libertad de elección y la capacidad para ella.