En muy poco tiempo el movimiento político Podemos está cosechando grandes simpatías y hace temblar a los grandes partidos. Gusta a un amplio sector de la población, especialmente a los jóvenes. De ahí su gran éxito. Se vende como aire fresco que viene a limpiar la pestilente atmósfera en que respira la política actual. Y esto despierta entusiasmo entre sus seguidores.

La estrategia de Podemos se apoya en ideas simples: denuncia de la corrupción, crisis del bipartidismo y pérdida de soberanía del pueblo. Ha hecho de las redes sociales uno de sus más eficaces instrumentos de difusión política y pregona una democracia directa con tomas de decisiones asamblearias a través de círculos de poder.

Proyectos similares encontramos en el partido ecosocialista Equo o en Ganemos, considerado una mutación de Podemos.

La historiografía política reciente pone de relieve que los movimientos ciudadanos que han nacido con estructuras de democracia directa han durado poco. La contradicción de las formaciones políticas reside en que un férreo aparato ayuda a consolidar su organización, y cuanto más rígido sea su funcionamiento más posibilidades tienen de perdurar. La consecuencia es que los partidos, que deberían tener un funcionamiento democrático, se convierten en autarquías. Esta es una de las principales críticas que se hace a los grandes partidos, si bien hay que reconocer que hasta ahora no se ha dado con alternativas.

La carencia de estructuras es, por tanto, uno de los principales retos con los que se enfrentan los nuevos movimientos alternativos. Otras incógnitas que deben despejar son la política económica y las relaciones internacionales. Vivimos en una economía global, y una política alineada con el tercer mundo nos haría perder cotas de bienestar. Una organización que aspire a gobernar debe tener respuestas claras para todas las cuestiones. Los grandes temas no pueden soslayarse, ya que los movimientos asamblearios suelen caer en demagogia o improvisación.