Tras las últimas temperaturas soportadas en la ciudad y comarcas, sobrepasando valores de las máximas más habituales como Córdoba u otras comúnmente conocidas, hemos vuelto a ver anuncios en los medios de comunicación y las redes sociales, recordándonos, como responsables directos de los efectos del cambio climático, la necesidad de tomar medidas de urgencia que están en nuestras manos y así paliarlos, dado que el imparable ritmo alcanzado, lo está agravando y acelerando exponencialmente.

Hechos como el deshielo de los casquetes polares ártico y antártico, la variación de los ciclos de las mareas oceánicas, acompañado de la elevación de la temperatura del agua, provocan catástrofes naturales a nivel mundial, que padecemos llevándonos las manos a la cabeza como si de plagas bíblicas se tratara. ¿Castigo divino o Ley de causa y efecto? Lo que está claro es que no lo estamos haciendo nada bien.

Recuerdo los primeros acercamientos al reciclaje en la escuela a través de charlas y folletos informativos para ejecutar un correcto uso de los deshechos y compruebo que su calado fue escasamente significativo, las cosas han cambiado poco. Desgraciadamente, parece que se ha estado machacando en hierro frío.

Si bien es cierto que el número de plantas de reciclaje es mayor en la ciudad, también lo es que, de forma particular, el reciclaje de cada persona deja mucho que desear. No hay más que bajar un poco más tarde de lo habitual a sacar la basura para encontrar al lado de los contenedores de todo.

Siempre he oído decir a mi madre: «quien quiera limpiar, tiene que mirar a no ensuciar», pues esto es lo mismo.

Un irritante ejemplo son los productos cosméticos de grandes marcas mundialmente conocidas y por ende, más caras, que venden sus productos en cajas de cartón de 20x20x10 cm, con doble o triple embalaje de papel o plástico para que, tras su apertura cual matrioska, encuentres un ridículo tesoro de 30 ml…

Tal vez la solución en este caso, como en otros muchos, sea la aplicación del Condicionamento Operante de I. Pávlov, recompensando económicamente a quien recicle, como se lleva cabo en otros lugares, para convertir en hábito, algo deseable, que no cabe en la cabeza de muchos, e intentar metérselo es tarea hercúlea. Os prometo que no cuesta tanto.