Llegó el tiempo de la cereza. Pequeña fruta pero llena de propiedades, cuyo cultivo conlleva un completo y estructurado sistema perfectamente organizado, manifiesto en una sana simbiosis entre el producto y el hombre.

Miles de familias viven del entramado trazado por este cultivo, desde su siembra hasta su recolección. Siendo tan exponencial el crecimiento, que ya son insuficientes los autóctonos para sostener la infraestructura necesaria que implica a familiares, vecinos y, desde hace algunos años, con la creación de la Agrupación de Cooperativas del Valle del Jerte, que recoge también la producción de la vecina comarca de La Vera, e industrialización del cultivo, también temporeros nacionales y extranjeros, a quienes incluso, se facilita la realización de los trámites burocráticos para acceder a los puestos de trabajo que crea este cultivo, en el que la mano de obra es imprescindible para su gestión y venta en los supermercados de todo el mundo, hasta llegar al consumidor.

Su mayor problema sin duda es la climatología. Rara es la temporada en la que el agua, en todos sus estados, no hace presencia y perjudica gravemente la calidad del fruto. Mientras las aseguradoras, sabiendo esto, endurecen las condiciones a la hora de su contratación, sometiendo al perdedor de siempre, el agricultor, a grandes pérdidas en sus beneficios. Obligados a pedir ayudas a instituciones, que poco a poco van amparándoles más, aunque no todo lo que convendría.

El Valle del Jerte es un claro ejemplo de desarrollo a través de un producto, su explotación y distribución, capaz de incluirlo en su día a día y promocionarlo en cada estación del año como modo de transmitir a las generaciones venideras la importancia y tradición del cultivo y de la óptima gestión de recursos, en una pequeña comarca que ha ampliado sus fronteras hasta ser conocida en el mundo entero e identificada y premiada por un fruto tan humilde y sencillo como la cereza.

Esta expansión deja patente la importancia del núcleo familiar como sostén de la economía, a través de la colaboración conjunta de todos sus miembros para un mismo propósito. Cultivar e incentivar lo nuestro es la forma de hacer perdurar las tradiciones y contribuir al arraigo, como herramienta para luchar contra la, cada vez mayor, despoblación de nuestra tierra.