La Universidad es una idea dinámica. Debe estar en continua evolución, adaptándose a las variables sociales para no dejar de ser un universal de superación. En esta línea, el Plan Bolonia ha puesto las bases para la armonización del ejercicio profesional en Europa. Una armonización basada en la equivalencia de títulos. El problema es que el mercado no cree demasiado en títulos. Las competencias y habilidades no se presumen por la mera posesión del título: debe acreditarlas el egresado. Con estas premisas queda claro que, para que el Espacio Europeo de la Educación Superior no se quede en un mero ejercicio burocrático, debemos incidir en la necesidad de resultados eficientes para que la reforma sea útil y sirva al progreso.

En estos tiempos, en los que se constata una sociedad en crisis --no solo económica sino de ideas--, con una juventud desorientada y desesperanzada, la Universidad debe ser un centro de renovación de valores. Debe erigirse en el punto en que confluyan opiniones y críticas para preparar plenamente al individuo bajo un saber dinámico que pueda proyectar hacia el futuro ilusión y esperanza. La idea de futuro va unida a la de progreso. Un progreso entendido dentro de un proceso global que afecte a todos los sectores. Y a tal fin la Universidad necesita incrementar las relaciones interactivas con los operadores económicos, así como poner todos los recursos al servicio de la comunidad.

Pero, seamos sinceros: es absurdo pretender una reforma de tal calado a coste cero, y todavía menos con una merma de recursos. Si a la Universidad, dentro de los principios de libertad académica y autonomía institucional, se le exige un cambio en planteamientos y soluciones, no se le puede negar una autonomía financiera suficiente. Por eso resultará mezquino todo intento de escatimar o escamotear recursos. Esta vieja institución necesita profesores preparados y fondos suficientes para investigación. No puede convertirse en una simple oficina de funcionarios docentes.