Real, involucionamos a pasos agigantados. Volvemos a no poder pasear por las calles tranquilamente sin que te atraquen navaja en mano.

A finales de enero, en la Plaza de San Pedro de Alcántara, dos varones se acercaron a varios jóvenes, les robaron una cartera con dinero y documentación, lo normal, y huyeron. Como no les pareció suficiente e infringir la ley no había tenido consecuencias negativas, reincidieron. Esta vez, al día siguiente, en la calle Rodrigo Alemán. Aquí ya aumentaron sus armas y se prepararon más y mejor para perpetrar el delito. Además del arma blanca, amenazaron a sus víctimas con un puño americano. ¡Qué fácil es conseguir hoy en día algo así! Internet está plagado de ofertas y cualquiera puede hacerse con ello por un módico precio. Dos robos con violencia e intimidación y no pasa nada…

Demos las gracias a la policía que, tras las declaraciones de los asaltados, las aportaciones sobre el modus operandi y las descripciones físicas, han podido detenerles y… ¿y qué? Son menores, inimputables para la ley y lo saben. Estoy segura de que son conscientes de lo que hacen, así como de las nulas consecuencias negativas que tendrán sus actos. Ante esto, ¿por qué no hacerlo? No hay nada que se lo impida.

No alcanzo a entender qué pasa por la cabeza de un adolescente de entre 12 y 14 años para violar las leyes, transgredir cualquier ápice de humanidad y someter a un semejante de 9 añitos a sus vejaciones, humillándolo de forma salvaje, ni tan siquiera animal. No conozco a ninguna especie faunística que utilice sus instintos de esta manera, por poco domesticada que esté.

Hermano Mayor es un show televisivo pactado. La vida real es infinitamente peor (sin generalizar, por supuesto).

El pilar básico de nuestra sociedad es la educación, responsable de cada acontecimiento positivo o negativo en el desenvolvimiento de la vida cotidiana y, su defecto, se manifiesta de este modo y otros igual o más aberrantes. Gritos, tacos e insultos forman parte de la normalidad de muchas familias que desarrollan sus vidas en una instaurada anomia y absoluta ausencia de valores, que impiden el orden y la convivencia. Para estas personas, todo vale.

El cúmulo de faltas de respeto es tan grande, que creo imposible el restablecimiento de lo perdido. El cambio se da desde uno mismo, si de verdad se quiere.